Francisco Javier Gómez Izquierdo
No es cierta esa tontería que se dice en el fútbol de que sólo se recuerda a los equipos que ganan campeonatos y a los jugadores que consiguen títulos. Ayer, en Los Pajaritos de Soria, se conmemoró uno de los episodios más gloriosos de la historia numantina y que ningún buen aficionado español ha podido olvidar. Se festejó una derrota. La mítica semifinal de Copa ante el Barça que con gol de Barbarín en el Camp Nou eliminaba momentáneamente a un equipo que iba perdiendo gloria poco a poco. En Soria, un Movilla de pelo bermejo hizo feliz a una provincia de la que se decía tenía menos habitantes que aforo el estadio del Barça. Un día de hace justo veinte años que dejó helado al gran Johann Cruyff que empezaba a cansarse de su equipo de ensueño. Inolvidables las declaraciones del genio holandés al final del partido tratando de ridículos a sus once futbolistas a los que no cambió para que acabaran su ridiculez sin ayuda de nadie. Cruyff dejó aquel año el Barça y a comienzos de esa misma temporada prescindió de una de sus estrellas, cediéndola al Parma: el búlgaro Stoichkov.
Como el Numancia, la selección búlgara del Mundial de EEUU nos cayó a todos en gracia y todos esperábamos genialidades de un grupo de artistas capaz de cualquier cosa, pero del que no nos fiábamos porque el periodismo contaba sus actividades entre partido y partido. Recuerdo que el seleccionador era tío de Penev y se decía que no le quedaba más remedio que apechugar con el tren de vida de sus jugadores. Fumar, beber, chicas... y sobre todo timbas nocturnas en una atmósfera incompatible con veintitantos deportistas. De aquellos jugadores el jefe era Stoichkov, un gamberro genial; el que a mí me gustaba por técnica y elegancia era Balakov; el más serio parecía el calvo Letchkov; el portero Mijailov incomprensiblemente usaba peluquín; el más querido y valorado por los seguidores de su país, Kostadinov; ... y el capitán, no se sabe por qué, Trifón Ivanov, prematuramente fallecido antier.
Tengo contado que conozco tipos raros de cualquier nacionalidad y hace cuatro o cinco años topé con un búlgaro al que no se le pone nada por delante y que conocía por casualidad al futbolista Ivanov porque compró un tanque a un amigo suyo. “¿Un tanque de guerra?”, pregunté sorprendido. “Sí, sí, un tanque”. Al parecer el bueno de Trifón era un maniático de los coches y según mi conocido búlgaro, una vez, al entrar en EEUU y pedirle por escrito en la aduana la relación de vehículos en propiedad, solicitó un folio aparte por no ser suficiente el generoso espacio del impreso. Mi búlgaro acabó por contarme que, como capitán, Ivanov exigió a la Federación del país un coche deportivo para todos los seleccionados en el Mundial de 94 y la Federación, intimidada ante aquella recua feroz ,aceptó sin rechistar la petición.
Cuenta don Ignacio que Ivanov, como Robert Mitchum, tenía cara de fumador, cumpliéndose en este caso la máxima de S. Ginés de que quien tiene cara de bruto lo es. En el barrio de Los Pajaritos de Sevilla, una sección de los Biris le bautizó El Güistonero y es fama que no perdonaba su pitillo antes de cada partido. Cuentan los que le conocieron que imponía con su mirada y su aspecto de hombre lobo -en su país se le conocía como el león indomable- y que Cardeñosa y Esnaola no sabían qué hacer con él, cuando despreciando las mínimas normas tácticas abandonaba la defensa en suicidas incursiones que no traían más que desgracias. Era muy buen futbolista y el Villamarín lo idolatraba por su anarquismo y sus ramalazos geniales, pero también es cierto que cortaba la respiración en sus aventuras de kamikaze. Refractario a cualquier norma disciplinaria se le veía trotón en las carreras de entrenamiento y cambiándose las botas a la primera vuelta al campo y.... en ocasiones más vale cortar por la sano.
Ivanov se nos ha quedado en la retina por su zancada, su salto y sobre todo por su aspecto, pero repasando mis papeles veo que en realidad jugó poco en el Betis. En la temporada 90/91 llegó tarde y además el Betis descendió en un año horroroso. Participó en 20 partidos. Ni uno más. Tres años después, en 2º división, volvió para ayudar en el ascenso, pero Serra Ferrer -¡no era nadie Serra Ferrer en temas disciplinarios!- sólo contó con él para tres partidos.
Creo que lo pretendió el Barça, pero Lopera se las quiso hacer pagar todas juntas y al final se ganó la vida en Austria y Suiza para acabar su carrera en el CSKA, donde la había empezado.
Ha muerto con 50 años. Descanse en paz.