miércoles, 2 de diciembre de 2015

Il n'y a pas de causes sociales au djihadisme



Jean Palette-Cazajus

O sea : Las causas del Yihadismo no son sociales. Es el título del estupendo artículo publicado en Le Monde, el 30 de Noviembre, por el ensayista americano Paul Berman.

En realidad son muchos los artículos aparecidos durante las últimas semanas para desbaratar la indigencia e inanidad de las explicaciones basadas en la Vieja Revelación, la que sigue nutriendo el sociologismo casero. La que sigue diciendo que Occidente es genéticamente culpable.

Aquel rancio sociologismo que sigue constituyendo el meollo del “pensamiento” de Colau, Carmena, Iglesias, Kichi y consortes de la izquierda parapléjica. Aquél que viene a decirnos que si nos asesinan, es que nos lo merecemos.

Berman enumera rápidamente los casos de Chechenia, Libia, Marruecos, Palestina, Siria, Iraq, Egipto, India, donde no pegan ni con cola las explicaciones sociomasoquistas. Se detiene en el caso particular de Francia e Inglaterra. En Francia, el “Islamogauchismo” culpa a la voluntad de asimilar los musulmanes al molde republicano. En Inglaterra, es al revés. Acusan a la tradicional indiferencia multiculturalista de los británicos hacia “sus” musulmanes. Vieja y eterna mala fe, desde los tiempos de Iósif Vissariónovich Dzhugashvili.

“La doctrina de las causas profundas –nos dice Berman– nos induce a pensar que la rabia insensata (de los terroristas), siendo el resultado previsible de una causa, no es finalmente tan insensata. Peor todavía, tal doctrina nos lleva a la sospecha de que somos nosotros mismos la causa de la rabia”.

La originalidad de Berman es que nos remite a Homero y a la Eneida para recordarnos que los griegos sabían mucho de los arrebatos mortíferos de los humanos. En el fondo intuyeron hace 2500 años todos los datos luego aportados por la antropobiología sobre la naturaleza del primate humano, particularmente la variante mareada por los dogmas pétreos.

Ninguna cultura ha dado jamás nada parecido a la capacidad de arrepentimiento de Occidente; ninguna ha tenido jamás su afán de análisis y denuncia de las propias culpas. Ninguna. Estas nociones, sin duda de origen cristiana, nos son exclusivas. El “material” de denuncia utilizado por nuestros enemigos ha sido producido por periodistas, investigadores, escritores, intelectuales, militantes, universidades casi exclusivamente occidentales.

De modo que lo que odia aquella gente es, al revés, lo mejor de nosotros mismos, el valor de pensar, el valor de dudar, el valor de ser libres, el valor de ser dueños autónomos de nuestras vidas y muertes. El valor -¡hace falta mucho!- para convivir con mujeres-sujeto, que no es lo mismo que sujetadas. Su terror y odio a la mujer lo resume todo.

Si pudieran su violencia sería genocida. Nuestra alteridad les es insoportable. Su sentimiento de fracaso es aterrador. Su miseria personal vertiginosa. Nos enfrentamos a un tipo de horror esperpéntico. Hace años dije ya que nos esperaba un nuevo Munich, planetario esta vez, un Munich XXXL, si nos daba por repetir la bajada de pantalones del 30 de Septiembre de 1938.

Nuestros simpáticos “pacifistas” reeditan ellos el viejo atavismo del pacto germanosoviético. La vieja fascinación por el mal. Houellebecq hablaría del atavismo de la Gran Sumisión. Son cómplices “objetivos” –esa palabra que tanto les gusta– de los asesinos.