Ignacio Ruiz Quintano
Abc
En protesta por la política antibelenista de la alcaldesa Carmena, que eleva a comunista la persecución socialdemócrata impuesta por la Alicia de Gallardón, unos jóvenes han colocado un Niño, una Virgen y un San José en la Puerta de Alcalá.
El comunismo y, en su día, el nazismo no han querido pesebres, sólo por una cosa que, desde la BBC de Londres, explicó a los alemanes muy bien Salvador de Madariaga cuando acababa la segunda guerra mundial: la dignificación de los humildes y la supeditación de los grandes al conjunto social.
–Este sentido humano que no conoce colores ni fronteras es el valor más preciado de la Nochebuena: el pesebre produjo y mantuvo una corriente educadora de vigor incalculable.
Claro que el pesebre es de pobres, y la aria (¡el superhombre!) era una raza de ricos.
Y al comunismo tampoco el pesebre le hace gracia, dada su idea patrimonial de los pobres: nosotros los creamos, nosotros los explotamos, y el pobreterío para el que se lo trabaja. Además, con los comunistas, por su cultura de la delación, todo es señalar, y un pesebre en el Ayuntamiento donde han entrado a trabajar en familia y por la puerta de atrás siempre les parecerá una denuncia en marcha.
Ideológicamente, la igualdad que promete el pesebre (invento de San Francisco, a quien la falsa modestia de Bergoglio ha reducido a Paco) significa, si todos somos hijos de Dios, libertad, la bicha del comunista, que es más de solsticio, como el hombre de Atapuerca, y saco, como el papá Noel y la propia abuela Carmena, que prefiere hacer sus “transferencias normales y corrientes” (el concepto es de Rita Maestre, su portavoz municipal) como todo el mundo, es decir, con una talega en que quepan cien mil euros, por si hubiera que comprar cualquier ganga inmobiliaria que se pusiera a tiro.
–La maravillosa enseñanza de la Nochebuena –decía Madariaga– es que el hombre no puede negar su humanidad sin caer en lo animal.
Pero los comunistas le llamaban “tonto en cinco idiomas”.