Francisco Javier Gómez Izquierdo
El escabroso asunto de Benzema nos demuestra, según mi particular opinión, el gravísimo entontecimiento de una sociedad que es capaz de proteger las acciones mas estúpidas y a la vez escandalizarse de ciertas consecuencias que la naturaleza humana siempre ha considerado lógicas.
No hace tanto, una concejala progresista se grabó a sí misma en cueros y confío las imágenes a un señor que no era su marido. Aceptado queda que el vídeo no debió traspasar el ámbito privado de dos personas, pero el caso es que la desnudez lujuriosa de la concejala llegó a ojos de toda España. Salieron los consabidos leguleyos buscando delitos, los amigos de las libertades mandando a galeras a los curiosos y el periodismo progresista arropó con determinación el desliz exhibicionista de una señora casada y con hijos. Si los catedráticos de la corrección de pensamiento leyeran lo escrito hasta aquí me acusarían de todo lo imaginable, pero permanecerían inflexiblemente refractarios a las conclusiones lógicas que llegaron los paisanos de la concejala. La gente es como es.
Como en el juramento de Santa Gadea (”hobísteis o consentísteis en la muerte de tu hermano”), Valbuena pecó al menos de indiscreto al enseñar la grabación de sus ayuntamientos carnales a quien no debía, que son todos los individuos del mundo (hemos de fiarnos de lo aparecido en la prensa) y antes de denunciar a la policía sus torpezas, más le hubiera valido un trato entre canallas o echarle redaños y animar a los chantajistas a la publicación de las imágenes con un “...ateneos a las consecuencias”. Cualquier cosa antes que ofrecer sus miserias a la consideración del público en general. Ahora, franceses y españoles imaginan al tatuado, vigoroso y pequeñín Valbuena “gozando con fembra placentera”.
¿Y Benzema? Un sandio sin desbravar sometido a la fe de los colegas. Las leyes francesas le van a amargar la vida por no saber que ser discreto no consiste en hablar poco. La discreción es virtud totalmente ajena a los futbolistas del siglo. Romario, Ronaldo el gordo ó Ronaldinho permitían habladurías de chivatos a las que no hacían el mínimo caso a pesar de saberlos pegados a las orejas de periodistas carroñeros... Pero para leales y discretos los compañeros de un futbolista extraordinario de mediados de los 70 que tenía una libreta con teléfonos de actrices y famosas dispuestas al refocile. Una temporada, cuando muy joven, la pasó viviendo en habitación de hotel donde recibía por orden de lista. Desmayaba tanto a las féminas que no le quedaba otro remedio que satisfacer en pleno vuelo y encerrado en el servicio a las azafatas que le requerían. Lo mismo antes que después del partido. ¿Y aquel otro, al que el aficionado siempre ha tenido como padre y esposo ejemplar, y que mantenía dos mujeres con silencioso disgusto de la legítima? De estas aventuras uno se ha ido enterando por asuntos muy difíciles de explicar, pero queda claro que la calidad de las personas ha decrecido alarmantemente en todos los estamentos.