Ignacio Ruiz Quintano
Abc
El inglés Edward Gibbon es el Homero de la declinación y ruina del Imperio Romano.
¿Es lo de los yihadistas de París la toma de Roma por los bárbaros (¡el triunfo de la barbarie y la religión!) que describe Gibbon?
Cuando el triunfo de Obama (primer afroamericano en la Casa Blanca), una inglesa de Cambridge lo comparó a Septimio Severo (primer africano emperador de Roma), de quien Gibbon, precisamente, dice que “la posteridad, viendo las aciagas resultas de sus máximas y su ejemplo, fundadamente lo graduó de autor principal en la decadencia del imperio romano”.
¡La decadencia!
Otro inglés, éste de Harvard, Niall Ferguson, dice que las escenas del Viernes, 13 en París son las que describe Gibbon en el saqueo de Roma a manos de los godos en agosto del año 410, y se toma a broma las baladronadas del pobre Hollande, quien, desde luego, tiene menos de “coq” republicano que de bípedo implume de Platón.
Yo creo que Europa feneció en agosto del 14, y que lo que hoy llamamos Europa es un Museo de la Historia subvencionado por los americanos. Pero Ferguson prefiere ver una decadencia que chapotea en la complacencia.
Los nietzscheanos llaman “décadents” a los cristianos europeos, quienes, a fuerza de postergar la vida, han perdido capacidad de sentir adhesión al mundo.
–La “décadence” –nos recuerda el alemán Sloterdijk– no es más que otra expresión para definir las condiciones vitales bajo un monopolio proteccionista. El “décadent” típico depende, pues, de las subvenciones y vive en un nicho libre de competencia.
¿Qué nos van a contar de decadencias a los españoles? En la política, Cánovas se pasó media vida estudiando la decadencia de España desde Felipe III y acabó montando el teatrillo de la Restauración, que nos dio a Galdós, el Homero, entre líneas, de la decadencia y ruina del Imperio Español.
Si Ferguson fuera taurino, sabría que en la historia no hay decadencias, y que hace cien años que Belmonte dio a la Fiesta por acabada.