Saludo al noble Senado:
Hoy, día de Todos los Santos, estuve hace unas horas llevando flores al panteón familiar. Entiendo que la noticia no tiene por qué fascinaros.
El caso es que tampoco la muerte es ya lo que era y lo será cada vez menos. Esta mañana, en Le Monde, venía una interesante noticia preconizando el uso y el auge de los ataúdes de cartón para abaratar los costes y limitar ecológicamente el uso de la madera... Total, el difunto no se va a enterar... y menos si se le incinera... De paso recordaremos que, para los secuaces de la Sumisión, nada debe interponerse entre el cadáver y la tierra...
Los "transhumanistas" aseguran que la propia muerte terminará por desaparecer del horizonte humano con los progresos de las biotecnologías. Me lo creo porque el ser humano se caracteriza precisamente por ser el único ente biológico cuya vocación consiste en dejar de ser sistemáticamente lo que fue y en no bañarse nunca dos veces en el río de Heráclito. Por eso los egipcios tenían dioses con cabezas de animales. Porque sólo los animales parecen eternos.
Por eso Homero se refería siempre a los humanos como "mortales". De momento el adjetivo sigue competitivo en el mercado.
Aquí, hace dos semanas, un vídeo clandestino rodado en el matadero de Alès revolucionó los telediarios y revolvió numerosos estómagos, incluido el mío. Mostraba la manera sórdida con que se sacrificaban numerosas reses, saltándose -veremos que nada sería más inadecuado que añadir: "a la torera"- la normativa vigente. Si buscáis en You Tube: "video abattoir d'Alès", os saldrá un florilegio donde elegir...
Conozco Alès, por razones familiares. Ciudad de unos 40.000 habitantes, en el sureste de Francia, siniestrada económicamente desde los años 70, cuando cerraron las minas de carbón que prosperaron durante casi dos siglos. El entorno natural es agreste y hermoso, pero la ciudad es una de las más feas de Francia. Es tierra tradicionalmente hugonote, pero también... taurina. Situada a unos 45 km al noroeste de Nîmes, tiene anualmente su feria.
El tema de los mataderos viene de lejos. Lo abordé (demasiado por encima) en un trabajo publicado en N° 29 de la Revista de Estudios Taurinos. Es decir, el hecho de que sean los mataderos uno de los secretos más obviados de nuestras sociedades, el hecho de que los "matarifes" sean tal vez, en Occidente, el único oficio donde cabe encontrar, como en la India, una semántica de la "souillure", de la impureza, la "polucion" en sentido etnológico.
Me di cuenta de que lo más chocante, para mí, de aquellas imágenes, era el marco productivista e industrial en que se producían... la truculencia de la sangre y la muerte orgánica multiplicada por la frialdad mineral de las instalaciones industriales... Me di cuenta de que dicho vídeo resultaba más insoportable que las imágenes cotidianas en que vemos a nuestros congéneres troceados, desollados y hechos picadillo en los cotidianos atentados que salen en los telediarios... mientras cenamos tan tranquilos... algo tan enorme que no me atrevo ni a empezar a comentarlo... Sólo insinuar tal vez que la compasión zoófila es probablemente uno de los sentimientos más poderosos que existen, y de lo más falso y perverso que haya engendrada la tortuosa psiquè humana.
La siguiente semana saltaba la bomba informativa sobre la peligrosidad del consumo de carne. Le faltó tiempo a un escritor argentino, que sólo conozco de nombre, Martín Caparrós, para publicar en El País un artículo titulado, allí queda eso, "Comer carne es invertir el orden histórico y validar la injusticia". Es un catálogo de todos los tópicos de la secta... También cita, cómo no, los conocidos datos sobre el coste ecológico de la producción de carne. Datos que conozco y comparto al cien por cien, dicho sea de paso.
En el citado articulo de la RET (todo un catálogo de buenas intenciones que no desespero de densificar en libro si la vida deja de una puta vez de arrearme dentelladas), recordaba, también demasiado de prisa, cómo los griegos sólo consumían, prácticamente, la carne procedente de los sacrificios... Citaba a mi venerado maestro que explicaba, entre bromas y veras en un artículo de 1996, uno de los últimos de su vida, que tal vez la solución consiste en volver a cazar y matar nosotros mismos aquello que vamos a comer.
Hoy hay una peña, no creo que sean multitud, que preconiza efectivamente, que sólo tenemos derecho a comer aquellos animales que nosotros mismos hayamos matado. No sé si conocen dichos sujetos el citado texto del maestro Lévi Strauss. Él consideraba que sólo nos podemos mover frente a los animales "entre reverencia piadosa y ansiedad", frase que le robé para titular mi trabajo, que al menos tenia así cuatro palabras de altura...
Frente al vergonzante secreto de los mataderos, está la muerte orgullosamente exhibida por la tauromaquia. El único caso en todo Occidente...
Porque habréis reparado que en nuestra sociedad se censura la Muerte mientras en cambio se exhibe ,¡con qué complacencia!, el Crimen...
Lo único positivo de la estúpida, perversa y casposa tradición de la concesión de orejas en la plaza, es el recuerdo de su origen histórico. Si no me equivoco, era el comprobante con que el diestro podía entrar en posesión de la canal del toro para comerla o venderla en las tablas de la carnicería, es decir haciendo bueno su derecho ético a alimentarse directa o indirectamente de lo que él había matado...
Jean Palette-Cazajus