Ignacio Ruiz Quintano
Abc
El enemigo moral de la inteligencia es el cinismo, tiene dicho el único analista político digno de tal título que hay en España.
Las leyes contra el tabaco y el alcohol están basadas en el cinismo de la salud. Beber en la calle conduce a la cirrosis, pero hacerlo en un bar al corriente de impuestos ayuda a diluir el colesterol. Fumar en ese mismo bar trae cáncer, pero hacerlo en su terraza con tasa municipal es “un invento” tan bueno como el clítoris (“clítorix”, en el lenguaje canónico de Cebrián en “La rusa”) de Carmena, que está completando la privatización de las aceras de Madrid que decretó Botella para duplicar los tributos.
Cada acera es una terraza, y cada terraza, un hórreo, una palloza, un cortijo, una masía, un caserío… Los turistas creen que se prepara una Exposición Universal. La calle de Jorge Juan ha sido barrida del mapa por este impulso constructor de barracones que algún incauto suponía destinados a los refugiados sirios, sin reparar en la ideología arquitectónica.
Hay horas que, entre los barracones, la doble fila de “haigas” de Putin y las emanaciones de las cocinas, el peatón no puede andar ni respirar, ajeno al triunfo de la tesis del grupo Archigram según la cual el aire es una cosa demasiado importante para cedérsela a los meteorólogos, y se les cede a los restauradores, que crecen como la espuma.
Para entender este mundo hay que recurrir a Sloterdijk, el filósofo que lo ha estudiado y que invita a superar el prejuicio de que el interés por el espacio es un rasgo conservador y antimoderno y que el interés por el tiempo es progresista y emancipador.
De hecho, a aprender arquitectura de tensión (la idea fulleriana de “tensegridad”, que viene en la Wiki), los estudiantes ya no van a la plaza de Oriente, donde el Felipe IV a caballo de Pietro Tacca (con diseño de Velázquez e informe técnico de estabilidad de Galileo), sino a las terrazas de Jorge Juan, donde, mientras unos papean, los demás fuman y pintan.