Ignacio Ruiz Quintano
Abc
Franco nos dejó sin latín y Mariano nos deja sin filosofía. Cicerón y Platón, fuera de las aulas.
¿A dónde vamos a ir a parar?
–¡Pero de la filosofía emana el pensamiento crítico, sustento de la democracia! –protesta el presidente de los filósofos madrileños en ese periódico que afirma que la democracia la trajo Carmena y que al único filósofo español que sabe de la “symploké” lo tiene vetado por decir que el Régimen es la continuidad del franquismo, y para filosofar tiene que ir a hablar de Dios con los frailes de Silos, “que es como llevar hierro a Bilbao”.
Qué espectáculo, el del segundo país más reaccionario de Europa (el primero es Grecia) llorando por la muerte del pensamiento crítico, que ocurrió por las mismas fechas que la de Eugenio Noel, el último chinche.
–Nos quedamos sin filósofos –me saluda mi portero, que hace filosofía en chisme como Parménides en verso, Nietzsche en profecías o Rousseau en truños pedagógicos, y que cree que la conciencia crítica de una época es Lledó.
Pero el gran impulsor de la filosofía nunca fue el Estado, sino el hambre, como ocurre con el toreo o con el periodismo. Espinosa vivía de pulir lentes y en los ratos libres pensaba, y así “creó” un Dios que era el Dios en el que creía Einstein, pero que, como dice Gustavo Bueno, no había quién lo entendiera, es decir, que era un sindiós.
Le quitas el hambre, y el filósofo deja de pensar, como el torero de arrimarse y el periodista de tener gracia.
Si la filosofía es el sustento de la democracia, como dice el presidente de los profesores, que no por nada se llama Mesa, será cosa de culpar a los filósofos de que, cuarenta años después del Big Bang, tengamos a todos los partidos encamados en el Estado y de que no haya un sistema electoral de representación del elector.
La separación de poderes (cuya ignorancia es el origen de toda corrupción sistemática: “La corrupción y los gobiernos”, de Susan Rose-Akercnab) se la confiamos a la termodinámica.