La Ilustración de la Transición
Ignacio Ruiz Quintano
Abc
Una vez preparada la Segunda Transición (la Segunda Venida de Suárez que siempre esperaron las viejas de mi pueblo, esta vez en figura de Rivera), hay que preguntarse qué fue la Primera.
–La Transición es la Ilustración –resume el periódico federal en español.
Ese periódico hace suyas las supersticiones de la clerigalla universitaria española: la Transición es la Ilustración, Cataluña es una Nación y el sargento Arensivia (el de “Historias de la Puta Mili” de Ivà) es Napoleón.
La Ilustración, nos dice un alemán, consiste en llevar lo oculto a la luz del día, pero otro alemán nos avisa de que quien mira directamente a esa luz (¡el claro del bosque!) se queda (en España habría que decir “se pone”) ciego.
Los temores del terremoto de Lisboa trajeron la Ilustración.
Los temores de la Revolución de los Claveles trajeron (Kissinger, más Brandt y Helmut Schmidt desembocando en los convolutos de Guido Brunner) la Transición.
Decir que la Transición es la Ilustración, así, sin otro argumento, es decir que Suárez y Gonzalón fueron Madison (chico del “college” de Nueva Jersey) y Hamilton (hobbesiano tremendo, a cuyo “tremendismo” debe América la “democracia representativa”) peleándose por aquellas páginas de Montesquieu que más preocupaban en el 77, con cosas tan subversivas como éstas:
–Cuando el poder legislativo y el poder ejecutivo están reunidos en la misma persona o en el mismo cuerpo de magistratura, no hay libertad.
–Si el poder ejecutivo fuera confiado a un cierto número de personas sacadas del cuerpo legislativo, no habría ya libertad, porque los dos poderes estarían unidos, las mismas personas tendrían a veces, y podrían siempre tener, parte la una en la otra.
Pero resulta que la aportación de la Transición a la Ilustración es el entierro, por facha, de Montesquieu, como si fuera el de la sardina de Goya, organizado por Alfonso Guerra, director teatral y (¡secretamente!) “autor constitucional”.
Y ahora, por la segunda Transición.