Ignacio Ruiz Quintano
Abc
Lo que hay ahora en España, más que sindiós, es “sinjusticia”.
Más desolador que la injusticia, la “sinjusticia” (invento de Fray Luis) no es agravio, sino desamparo, “niebla de España”, que dijo Pemán, por condensación de favores, influencias, ligerezas, caciquismos, politiquillas…
En “La facultad de las cosas inútiles”, de Yuri Dombrovski, el lector ve al camarada Stalin trabajando en el jardín. ¿Y las setas? “Crecen donde les place”, contesta el jardinero. “¿Así que crecen donde se les ocurre? Qué desorden, ¿eh?”
El amado Líder tiene unidos el segundo y el tercer dedos del pie izquierdo (¡la marca del Anticristo!), pero es secreto de Estado. Sonríe al recordar, del encuentro con los escritores en casa de Gorki, la queja de un imbécil: “Los censores son demasiado duros, camarada Stalin. Usted tiene la cara picada de viruelas, pero nos prohíben mencionarlo”. Desea liberar a un viejo amigo de juventud caído en el Gulag por “actividades trotskistas”, pero delega en su subordinado, en virtud del principio de que es el pueblo soviético el que decide. La misión del amado Líder es luchar por la felicidad de los hombres. El consejero se dispone a redactar la petición. “¿Sobre qué base jurídica? Yo no soy un autócrata, un emperador ruso, que podía condenar o indultar, hacer lo que quisiera. Yo no puedo. Debo someterme a la ley. Por otro lado, está enfermo. ¿Por qué, dirán, el poder soviético mantuvo en el campo a un enfermo? ¿Un enfermo es un enemigo? No; un enfermo es un enfermo. Entonces, ¿qué hacer? ¡Venga, piensa, piensa!”
Muy sencillo, dice el consejero: conforme al artículo 458, el enfermo que no puede ser curado en reclusión debe ser beneficiado con la remisión de pena.
–Sí, sí, ahora me cuerdo de que tenemos ese artículo. Y menos mal. Ya lo ve: es la ley soviética, que en su magnanimidad nos prescribe liberar a ese viejo enfermo. Y ahora demos un paseo por el jardín. Mire qué sol más agradable…
Qué maravilla, Dombrovski.