Vicente Llorca
Emiliano, el párroco de la zona, suele acudir al bar de la gasolinera por las mañanas. Toma café, juega algo a la máquina y charla con los parroquianos. Nunca tiene prisa, parece, y es un pozo de ciencia de las historias locales.
Esta mañana, cuando ha entrado en el bar, ha comentado en seguida:
-Parece que Juan del Álamo ha cortado las orejas ayer en Palencia.
Los demás han asentido. Juan, el torero, pasa el invierno en una finca del pueblo y la noticia había llegado anoche, con la cuadrilla que regresaba y se quedó a cenar en el cuarto de atrás.
Luego hemos hablado de las próximas ferias locales y de los carteles de Valladolid que, como siempre, son mucho mejores que los de la feria de Salamanca, que ahorran hasta en agua.
Este año tampoco tiene pinta de llover. Emiliano ha recordado entonces la anécdota del cura de San Muñoz, cuando interrumpieron la partida de por la tarde para pedirle permiso para sacar al santo en procesión. Había sido –como todos– un año especialmente seco y los barbechos se agostaban, ausentes, y no permitían siquiera las labores de siembra.
Cuentan que el párroco dejó las cartas sobre la mesa, de mala gana, y les respondió:
-Sacad al santo, si queréis.
Y, volviendo al juego, añadió:
-Pero no está de llover.
Juan del Álamo
Luego, hemos seguido hablando de la temporada del Álamo, que está toreando en las ferias. Y de un chaval de la Fuente que está dando que hablar. El cura ya lo ha visto en tentaderos y dice que tiene cualidades.
Gloriosa continuidad por un momento, he pensado, de la sabia tradición de la Iglesia y los toros. Y recordé entonces cuando a los tentaderos de la familia siempre acudía el cura, don Celestino, y a la merienda posterior. Hasta el punto de que yo llegué a pensar si no podía empezar la tienta -ni la merienda- sin la presencia, sosegada y oronda, de algún monseñor.
Esta mañana, en el bar, por lo visto, esta sabia tradición clerical -la de la canonización de la santa de Ávila con no menos de cuarenta festejos de toros- se mantenía. Y esa gozosa pervivencia del mundo del pecado y la redención, la culpa y el perdón. Y la sangre y lo gratuito del sacrificio, que aún mantienen los curas y los parroquianos de pueblo. Y los toreros locales, ajenos al mundo feliz que en otro lugar les están ya preparando.