Ignacio Ruiz Quintano
Abc
He ahí, en un tren de Arras, la metáfora más famosa de Spengler, la de la civilización salvada por un pelotón de soldados, y nuestro periodismo socialdemócrata titulando: “Los pasajeros (la sociedad civil, el pueblo) redujeron al autor del ataque, un residente en España (el terrorista marroquí)”.
Y acudo a Rosa Belmonte, cuyo Twitter es el mejor cazadero de análisis políticos que nos queda en España:
–“Estaban los periodistas en Barajas, cuando se llamaba Barajas...” Lydia Lozano. ¿Pero alguien dice Adolfo Suárez?
¿Por qué el Comité de Censura Municipal de Carmena, ese regalo de Pedro de la Preveyéndola al pueblo de Madrid, quita la calle a Julio Camba, un anarquista sin cargo alguno ni en la Monarquía ni en la República ni en la Dictadura, y deja el aeropuerto a Adolfo Suárez, ministro del Movimiento que fue?
Suárez, hombre inaugural de nuestra posmodernidad, es el poder por el poder, retratado con tres o cuatro golpes de magnesio en el hermoso libro de Juan Fernández-Miranda sobre “El guionista de la Transición”, Torcuato Fernández-Miranda, el hombre “en condiciones de ofrecer al Rey lo que me ha pedido”, a quien Suárez pregunta por sus posibilidades de ser presidente:
–Hay tréboles de cuatro hojas –responde Torcuato.
Cuando el Rey comunica la elección a Suárez, éste exclama: “¡Ya era hora!” Después, el poder por el poder. “A los ídolos no les gusta ver delante de ellos al escultor que los forjó”, dijo Antonio Pérez (el pérfido secretario de Felipe II), y Suárez condena a Torcuato al más vulgar ostracismo (ni siquiera acude a su funeral).
–O te callas o te vas –le espeta un Suárez que permanece en el cargo en contra de lo planeado y que dice no ser comunista (era falangista), “pero sí soy demócrata y sinceramente demócrata”.
Torcuato “se va” del grupo parlamentario por oponerse al término “nacionalidades”, obra de Abril:
–Están locos. Ni la República se atrevió a tanto. Lo de las “nacionalidades” nos llevará al desastre.