Ignacio Ruiz Quintano
Abc
La abuela Carmena ha puesto con nuestro dinero un Rastrillo de Socorro Rojo en Madrid (¡ay, aquellos niños piojositos de las marquesonas de Umbral!), y a la inauguración no ha ido ni el Niño de las Monjas, pasodoble que ameniza los comedores vacíos del rancho carmenitano.
–Yo quiero ser torero, / torero quiero ser. / Quiero ganar dinero / para traer aquí / un manto para esa virgen / que tanto vela por mí.
¡Es el no de los niños!
En “El sí de las niñas” un conde citado por Pemán vio una comedia fría “como una región helada en el rigor del invierno”, versión burguesa de “las aguas heladas del cálculo egoísta” de Marx.
En el no de los niños, en cambio, vemos una tragedia (griega, naturalmente) para el comunismo, ese fascismo del pobre.
–¿Cómo se puede escribir la palabra “tragedia” en una hoja en blanco –se pregunta el melancólico Keats –, cuando tiene uno “Hamlet” o “El rey Lear” tras de sí?
Pues porque en el comunismo lo de menos es el dinero, que ya dice el concejal de Hacienda, uno que se da un aire al Koala, el del corral, que “los ahorros de la sociedad no deben estar en manos privadas ni ser gestionados por ellas”. Por eso sus votantes no son los obreros de la radial, sino los rastacueros del Régimen sumidos en un pijísimo muermo o “ennui”, los profesionales del esnobismo que se operan de próstata y dicen que es de la nariz, y los universitarios de esa encuesta que los señala como incapaces de hablar un minuto sobre un asunto de actualidad.
El comunismo científico manda primero a crear los pobres para luego poder socorrerlos, pero, con las prisas de la edad, la abuela Carmena, con su Socorro Rojo, ha empezado la casa por el tejado. En el mundo burgués, tan decadente, tirar el dinero público de esa manera tiene guasa y nombre, y yo pondría a toda la Corporación a rancho carmenitano hasta acabarlo.
Luego, en vez de publicar sus declaraciones de renta, que los pesen en una báscula de boxeo al entrar y salir del cargo.