Ignacio Ruiz Quintano
Abc
Cada vez que un disparo resuena en América, en España estalla la discusión sobre el derecho constitucional a llevar armas… en América, donde el genio que lo teorizó, después, por cierto, de haber inventado la democracia (sin saberlo), murió, como antes su hijo, en un duelo a pistola de una belleza trágica digna del cine de Clint Eastwood.
¿Qué sabe España de armas y derecho constitucional? Pues lo mismo que Cifuentes de comunismo y democracia.
España es, como Cifuentes, socialdemócrata, limbo ideológico inaugurado por Franco el 1 de abril del 69: consiste en renunciar a lo importante para poder ponerse de acuerdo (¡consenso!) en las gilipolleces.
Aparte los zulos etarras, España, el país donde Prieto iba con “pipa” al Congreso, no tiene armas (fue desarmada por Franco, que requisó el armamento que poseían las familias desde la guerra con el francés), pero tiene una Constitución que no cumple nadie, lo que nos permite dar lecciones de derecho constitucional al único pueblo políticamente libre de la historia.
En plena fiesta mediática por el aniversario de lo de Puerto Hurraco, España le dice a América que Flanagan, el asesino de Virginia, es cosa de la Asociación del Rifle.
–Flanagan tenía problemas con la cabeza, no con las armas –ha resumido, desde el sentido común, Donald Trump, dueño de ese “tupé pan de oro” que fascina a Hughes, cuyo ingenio se ha venido arriba con la visita a Gustavo Bueno (“El yihadismo recurre a los cuñados –tuiteó ayer, sobre los cinco cuñados de San Martín de la Vega enviados como los cinco lobitos a la guerra siria–. La Otan tiene que ponerse seria”).
Aquí no tenemos problemas de armas, pero tenemos cabezas con problemas como las de esos comunistas jerezanos que llaman “asesino” a Pemán por escribir el diálogo del vino y los toros con Fernando Villalón en Jerez de la Frontera (“una bandada de casas blancas, posadas al pie de la torre de San Miguel”), una tarde de junio, a la hora de la siesta.