Ignacio Ruiz Quintano
Abc
Después de trece días de anuncio de galerna en este cielo de Mingote que es el veraneo en el Norte sin que haya caído una gota, una de dos: o demando yo al hombre del tiempo, pues sólo hay sol donde me prometió lluvia, o lo demandan los negocios de pupilaje, por la clientela que, huyendo de la lluvia, tiró hacia el sol.
La sugestión científica de la TV es tan poderosa que el “¡agua va!” de los Bill Murray (“Atrapado en el tiempo”) que aparecen en ella para dar el pronóstico va a misa.
–Mañana, agua –me dice un paisano.
–¿Quién lo dijo? ¿El hombre del tiempo?
–Los gorriones, que bajan al pasto.
Dicen que los romanos aún matan, “como en tiempo de Terencio”, la gallina que canta como gallo, para que no se muera uno de la familia. Aquí, la idea de los paisanos es que, si los gorriones, que son como los japoneses de los pájaros, se revuelcan en el prado, al día siguiente... agua.
Pero llega el día siguiente y el dios de la lluvia ríe sobre las gentes de la playa, donde los caballeros vuelven a la braga náutica de espuma azul celeste.
Sabemos quién fue el primero que se puso medias en España (Felipe II, regaladas por una señora muy rica de Toledo), pero ¿quién fue el primero que se puso braga náutica de espuma azul celeste en una playa?
Dicen que en Madrid, y en virtud de los sobrinazgos municipales que por la democracia del dedo le asisten, don Luis Cueto Álvarez de Sotomayor, al que sólo puedo imaginar vestido de castellano viejo (gorro de paño puntiagudo, chupeta negra abotonada, calzón negro y calzas), podría recuperar para la capital la tradición popular del “¡agua va!”, erradicada por la monarquía de Carlos III y sus masones en contra del dictamen del protomedicato, que defendía la necesidad de vaciar la bacina en la calle para dar consistencia al aire delgado de la capital del Reino.
En la delgadez del aire mesetario basó un idiota científico, Pompeyo Gener, la superioridad genética del catalán sobre el madrileño.