Ignacio Ruiz Quintano
Abc
La cosa empezó con el roscón de Monedero en la keli de la Lomana, siguió con la vara municipal en manos de Guille Zapata y ha terminado con El Rosco en el burladero de la Autoridad en Las Ventas.
El mundo se hace cruces, ya que, después de todo, ésta es la España que supo seguir sobre el azul del mar el caminar del sol: pensemos, como dice un amigo mío, en ese comandante del “Juan Sebastián de Elcano”, que viene de doblar a vela el cabo de Hornos, y que en el muelle de Cádiz es recibido por El Kichi, hecho un zángano, en sayo de excusa arrugado de la siesta.
El Rosco, ogro alfa del contestatario “7” (otra leyenda urbana, que ya sólo asusta a Finito de Córdoba), presidió el domingo el burladero del Delegado de la Autoridad en la plaza de Madrid, donde los aficionados recibieron un “shock” parecido al recibido por los japoneses cuando vieron al general MacArthur montado en el caballo del emperador.
–Ese caballelo manda un huevo –me cuchichea, señalando al Rosco, el chino de la andanada, que lleva toda la tarde pendiente por el móvil del Shangai Composite, su índice bursátil, hasta que cae en la cuenta de que es domingo.
Y nos ponemos a considerar la distinción romana entre “auctoritas”, propia de personas dignas de ser seguidas, y “potestas”, propia de los mandos legales, con capacidad de exigir obediencia.
–¿Mao “auctolitas” y viuda Jiang Qing “potestas”?
No.
Le digo que en España el verdadero poder era oculto y cazurro (no mandaba el que parecía que mandaba), pero una corriente cultural como la de la viuda Jiang Quing está sacando a los cazurros de entre bastidores para colocarlos donde se los vea.
Rosco es un marmolista que tuvo impresionados a los febles de la sombra con sus estentóreas demandas de autoridad (con la autoridad que a los tribunos de la plebe da la solanera del “7”), y resulta que de los toros lo único que le interesa a este Graco de Guadalix de la Sierra son los naturales de Conchi Ríos… y un pase de callejón.