La mano que coge el pinrel
Peana chancletera
Pedestal globalizador
Pepe Campos
Taiwán
La globalización va igualando las cosas. Lo que antes era costumbre o privilegio de bastantes, de algunos, o de unos cuantos, ahora, poco a poco, va entrando en la conciencia y en la práctica de la gran mayoría, en una ampliación de servicios para gloria del género humano, para su igualdad, para su libertad, para su estética.
Un punto candente, a comienzos del siglo XXI, es el trato que reciben los pies de los humanoides. Si partimos de un principio, en este terreno, se podría asumir que la bipedestación posibilitó la evolución humana, situándose en el origen de la cultura y de la civilización. Que los pies se erigieron en el soporte del hombre, de su inteligencia y de sus posibilidades creativas. También, que el pie es una parte fundamental del cuerpo, y un símbolo, de equilibrio, de espiritualidad, e incluso, de pensamiento. Y, por ello, para potenciar y resguardar, a ese bien tan valioso que es el pie humano, surgió el calzado, y, a través del tiempo, las civilizaciones le fueron dando una consistencia y un acabado.
En la civilización occidental el resguardo del pie se ha mantenido como pilar esencial de toda mira cultural y centro de la preservación de las buenas formas. Ver pies a la intemperie, hasta ahora, se había relacionado con la pobreza, o con el mal gusto. Para ver pies había que introducirse en intimidades, o echar mano de la iconografía pictórica de carácter religioso, por aquello de la austeridad. O, ya en tiempos más recientes, esperar al verano para echar un vistazo, sobre todo, a pies femeninos levemente transportados por ricas sandalias. O, en caso de urgencia, irse directamente a contemplarlos a la playa.
Ya no es así. Debido al calentamiento del planeta, y a la cultura globalizadora que pone en duda todo valor adquirido por herencia del pasado, se da, en estos momentos, como una suelta de lastre de viejas maneras y viejos comportamientos para recibirse con agrado un destape globalizador de peanas. A pleno disfrute universal, si se vislumbra con la llegada del verano.
Por supuesto que no hablamos de ver pies, por ejemplo, introducidos en adecuadas y clásicas fundas, como son las sandalias frailunas. No, la cosa deriva, desde hace tiempo, hacia la minifalda del pie, la chancla, que permite sonidos musicales, clac, clac y clac; más, pisar el suelo para contactar con la querida suciedad que remitirá a lejanas sensaciones antropológicas; más, tocarse, si apetece, en un momento dado, como sin venir a cuento, el pie, o los pies, sus uñas, sus membranas, sus cortezas.
Sacarle rendimiento a la cosa. O, sencillamente, ir sin chanclas, sin nada; una postura en la que podría detectarse egoísmo personal y achacársele beneficio capitalista, de la cosa.
Así, pues, se cerraría el círculo de la evolución humana desde aquel tiempo del ayer de no dejar que se mostrasen los pies y eludirse el contacto de mano y pie, hacia un hoy con toqueteo de pedestales, pedagógico, experimental, de retorno a la raíz, en esa búsqueda del pie sucio, y, con el deseo de cogerse el pinrel con las manos. Algo primitivo, gutural, seminal. Salvaje. Animal. Al alcance de todos.
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*Pepe Campos es profesor de Cultura Española
en la Universidad de Wenzao, Kaohsiung, Taiwán
Soporte capìtalista
Por soñar que no quede
Sobre el pedestal
Chancleta frailuna
Clac
Pinreles para qué os quiero
La laguna, mi casa
Pinrel 1
Pinrel 2
Pinreles
Ventilando los pinreles
Me toco el pie
Olol
Raíces