Ignacio Ruiz Quintano
Abc
Desde el imperio para acá, la única cultura política del español ha sido la de la coba al superior y el palo al inferior.
Con el nuevo alboroto partidocrático (sólo otra recolocación en el palitroque del gallinero), la carencia se nota más que nunca: ni en los partidos ni en las universidades ni en los medios se sabe una palabra de democracia, que, como el cine, es una cosa americana.
El cine, según John Ford, es ver caminar a Henry Fonda, y la democracia, según Hamilton, es el reglamento de la libertad, cuestión que siempre ha tenido consideración de “mariconada” (por emplear una expresión “leninista” de Pablemos, que la aplica al teatro) en Europa (salvo en Inglaterra, claro), donde lo que impera es el falso sopicaldo de la igualdad, que a todos permite pegar sorbetones y, con eso, hacerse la ilusión de estar comiendo.
La libertad excluye a la igualdad como la igualdad excluye a la libertad, y toda la educación europea ha estado orientada históricamente contra la libertad, es decir, contra América, donde tampoco han faltado presidentes lo bastante catetos para coquetear, por complejo de inferioridad cultural, con el falso igualitarismo europeo.
Incluso Revel, socialdemócrata antes que fraile, fue sorprendido por Tom Wolfe hablando (¡con Grass!, y su “estigmática” doble ese) de uno de los grandes fenómenos inexplicados de la astronomía moderna:
–Esto es, que la tenebrosa noche del fascismo se cierne siempre sobre los Estados Unidos, pero toma tierra únicamente en Europa.
Mi generación vive de una doble mentira (“decir lo contrario de lo que se piensa con intención de engañar”, en el Ripalda de Burgos), la del “antifranquismo democrático”, cuya vivisección acomete con coraje Hermann Tersch en “Días de ira”.
El “antifranquismo democrático” (si lo hubo, no lo fue) tiene la misma salida que Quevedo dio al basilisco: “Si está vivo quien te vio / toda tu historia es mentira, / pues si no murió, te ignora, / y si murió no lo afirma.”