Goya le pinta la bandera a Abeya
José Ramón Márquez
¡Vaya tarde de toros que nos han dado hoy los Montealto! Hoy, 2 de mayo, era imprescindible ir a los toros acompañado de un ciudadano de la República Francesa y nadie mejor para ello que el querido Juan/Jean Palette, recién llegado de su pueblo, especialmente ahora que acaba de dar a la imprenta de los Papeles de Catay su particular e inteligente visión de la relación secular entre los transpirenaicos y los cispirenaicos.
Decíamos de los toros, pero es que la tarde ha sido de aúpa en emociones, en lances y en situaciones, lo que se dice una gran tarde de toros, de ésas que justifican la afición, de ésas que justifican que los toros hay que verlos en la Plaza y no en esos inventos deplorables e inmisericordes de la TV o el YouTube. Tarde impresionista, de momentos como flashes, con incertidumbres, cálculo, denuedo o arrojo, presidida por la presencia de quien da sentido a todo el tinglado de la tauromaquia, el tantas veces odiado, disminuido, aniquilado toro.
La corrida de Montealto viene a dar razón a lo que tantas veces llevamos dicho, que te puedes comprar setenta vacas y dos sementales de Algarra y El Ventorrillo, origen Domecq, y que quince años más tarde aquello se parece a lo que su amo ha ido haciendo con ello y no a lo que compró. Las ganaderías es lo que tienen. Hoy ni por estampa, ni por tipo, ni por conformación, ni por cabezas, ni por nada se podía atisbar la estirpe ‘bodeguera’ en lo que salió por chiqueros. Y si hablamos del comportamiento, menos. Nada más alejado del memo del «toro artista» que estos seis de Madrid en esta tibia tarde del 2 de mayo. El primero, Barrabás, número 21, era una bola de carne, un charolais colorao, un gigantesco manso de exposición que llegó a la muleta suave y pastueño, el único que desentonó en tipo del encierro y que en la muleta regaló unas templadas embestidas. El resto fue un festival, un regalo para los que buscamos por las Plazas al toro en su infinidad de registros, que van de la bravura a la mansedumbre pasando por todo lo demás. Toros serios, bien presentados, acosando a los peones, entrando al caballo con viveza y empujando o saliendo de naja, toros de viaje largo para la muleta, de embestidas vibrantes, toros llenos de vida que se resisten a morir teniendo todo el hierro metido dentro de su cuerpo, toros variados, de cabezas impresionantes, de mirada seria y de pezuña fuerte, toros de lidia. De entre ellos el tercero, Durmiente, número 49, un colorado, fue un gran toro. Acaso se dolió algo en banderillas, acaso la segunda vara no la tomó con la decisión de la primera, pero en su conjunto es el toro de la corrida, un toro para anotar. Un gran toro con una embestida larga, preciosa, vibrante. Un toro para encumbrar a un gran torero que estuviese dispuesto a poner sobre la arena de Las Ventas los argumentos eternos, pero el registro salió por otro lado, como luego se explicará.
Los toros salieron con divisa de luto por el reciente fallecimiento de su ama. Para esta tarde con el personal disfrazado de goyesco se anunciaron Morenito de Aranda, Ángel Teruel y López Simón.
Morenito mató el primero, el segundo, el quinto y el sexto; Teruel no mató ninguno y López Simón mató el tercero y el cuarto. Con esto ya entenderá hasta el más lerdo que en la tarde hubo lío de hule. Lo hubo por partida doble: el primero, cuando Teruel se quedó totalmente descubierto ante su primero, que hizo por él de manera certera mandándole al negociado de Padrós. El segundo, cuando López Simón se abalanza de cualquier manera a meter el estoque en su primero y es fuertemente volteado por el toro. El de Aranda es el único que salió incólume de la cita.
Morenito de Aranda en su primero estuvo por debajo de lo pastueño que era el toro en la muleta, le anduvo pajareando sin dar el paso adelante y sin mostrar otro concepto de faena que el de ir dando pases hasta que llegue el momento de matar de una estocada arriba correcta.
En lo poco que toreó Teruel antes de su cogida se volvió a ver lo que de sobra nos tiene enseñado: que es un torero con un notable sello personal, a despecho de su falta de oficio. Obtuvo algunos redondos de gran calidad y un soberbio pase de pecho de pitón a rabo que es el más purísimo toreo que se ha visto en toda la tarde. Luego, la cogida. A este toro lo trasteó Morenito un poco y lo mató sin preocuparse en demasía de la ortodoxia, que él estaba ahí por azar.
El tercero, el toro de la tarde, cayó en manos de López Simón, que ha abandonado aquellos modos solemnoides que se usaba antaño y que ya parece más una persona en el ruedo. Al pobrecillo de Durmiente le enjaretó una birria de faena basada en dos principios inmutables del neotoreo: “odiarás el cruzarte con el toro y lo agobiarás todo lo que él te permita”. Peor para nosotros, que nos quedamos sin ver al toro galopar en la distancia y ser recogido con torería por la muleta. A cambio muchos pases y muy pocos buenos, poco mando y, sin embargo, gran delirio del respetable por vaya usted a saber qué causa. Tras la cogida, la especie de torniquete hecho con el corbatín (en francés torniquete se dice “garrot”, me apunta Juan) y la cojera del coleta, ya se podía decir que la oreja de la piedad estaba en su esportón, tal cual ocurrió. El hombre calcula, piensa en la puerta medio abierta y pide su siguiente toro para seguir explotando ese fructífero recurso, pese al tabaco que llevaba en la pierna, ansias de triunfo y necesidad, y así, disminuido, plantea su faena a Lentejuelo, número 65, seguida sin pestañear desde el tendido con la Plaza entera al lado del torero herido. A este toro le enjareta algún redondo estimable y cuando lo tumba tras una estocada, redondea su triunfo y se va a que Padrós le arregle los desperfectos.
Y ahora tenemos a Morenito ante una doble papeleta: Frutero, número 58, y Veraniego, número 31. En el primero de ellos Morenito hace el esfuerzo de torear por el registro serio, y aunque se ve que su cuerpo le pide irse “al lado oscuro”, es capaz de mantenerse a duras penas en la rectitud del toro y sobreponerse a sí mismo obteniendo algunos estimables muletazos con la zurda, especialmente un tremendo natural templado, mandón y rotundo, puro toreo, en la que posiblemente sea la mejor actuación de Morenito de Aranda que hemos visto en Las Ventas. En su segundo, con las orejas del anterior en el esportón pone sobre el tapete su falta de ambición, rebajando su exigencia y limitándose a pasar el rato con cierta dignidad a la espera de que lo saquen por la Puerta Grande.
Y además de todo esto, hubo más: hubo un Luis Carlos Aranda corriendo el toro a una mano, toreando, templando la embestida como ya no se ve, evocación pura de todos los grandes peones, y luego luciéndose en banderillas; hubo los pares de Téllez y de Adalid, y el arte del Legionario con la vara. Y hubo un mayoral saludando al final, rápidamente, casi de tapadillo como suelen hacer estos hombres del campo, los sinceros aplausos que desde el tendido se dieron al conjunto de la excelente corrida.
NOTA PARA INCAUTOS: Nadie eche las campanas al vuelo. No estaríamos hablando a estas horas de Morenito ni de López Simón sin el capital concurso de los toros que han tenido enfrente. Con seis “toros artistas”, el tedio nos habría devorado hoy, como tantas otras tardes. Bien es verdad que ambos han tenido los arrestos para dar, cada uno a su manera, el zapatazo en la mesa, pero nadie dude que las carencias de ambos como toreros han quedado eclipsadas en mayor o menor medida gracias a la incontrovertible presencia, frente a ellos, del toro de lidia. Conviene que los que estén junto a ambos toreros no les engañen.
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