Abc
Por una vez, el fútbol (Real Madrid en el Bernabéu) coincidía con el boxeo (Eric Pambani en el Moscardó), y, naturalmente, elegí el boxeo.
El boxeo es un espectáculo plagado de valores (por eso lo esconde –y lo persigue– la cultura socialdemócrata), entre ellos, miren por dónde, el de la emoción, que es lo que hace que te sientes en una silla de tijera a las ocho de la tarde y te levantes a la una de la madrugada sin haberte movido ni para mondar pipas.
Al contrario que la Agencia Tributaria de Montoro, el boxeo está para expresar sentimientos, no para aplicar la ley: de hecho, el sábado, los jueces dieron en dos ocasiones por vencedor a quien a todos había parecido un perdedor.
–Esto del boxeo es como lo de Camba, ¿no? –me dice Emilia Landaluce, que ha entrado en el Moscardó como William Munny en el salón de Big Whiskey.
Y lleva razón.
Es la servidumbre del “boom”.
El “boom” del boxeo alrededor del Mayweather & Pacquiao en su 2 de Mayo en Las Vegas, pero también el “boom” del boxeo en Gran Bretaña alrededor de la TV y en España alrededor de los gimnasios como el de Jero García, de donde ha salido Eric Pambani, la estrella de la noche en el Moscardó, que es un pabellón como el que tenía Patton para montar a caballo.
Cartel de no hay billetes.
Pambani es una mezcla del pesado Frank Bruno y del ligero Pernell Whitaker, el Guisante Dulce que dio una felpa a Poli Díaz. Y cada golpe lo acompaña de un grito, como en el tenis hacía Arancha con cada volea o en el toreo Manzanares con cada derechazo. Es un recurso moderno recetado por los psicólogos para liberar estrés. Pambani es muy bueno (algo frío) y gana. Acabará en América, si quiere convertir en oro todo lo que reluce.
Pambani es el boxeo eterno.
Después, el boxeo contemporáneo de Morales, que se llama Cristian y pelea con barba pelín “hipster” y pelín mariana (de Rajoy). Se las ve con un venezolano chavista (“Venezuela ahora es de todos”, dice la leyenda de su calzón morado-Podemos) con trucos de tamagochi.
–¡Pega en la nuca! ¡Es lo más! –dice Landaluce.
Lo descalifican por pegar en la nuca y entonces se planta en el centro del ring, levanta los brazos, grita “¡maricón!” a Cristian… y se va. Ni Pablemos ni Monedero ni Errejón están en el Moscardó para encauzar semejante fuerza de la revolución.
–El boxeo es vida. Vive duro –se nos recuerda en las camisetas.
Por el ring, en el reparto de cinturones, pasan los viejos campeones: Nino Jiménez, José Durán, Alfonso Redondo…
La última gran noche de boxeo me la dio Rubén Nieto en Fuenlabrada, pero soy de Petrov y de Pambani.
Y en las sillas de tijera se habla del Mayweather & Pacquiao como no se hablaba desde los días de Tyson, cuyo “Mike Tyson: Undisputed Truth” (obra de Spike Lee) recomiendo a esos jóvenes buscadores de oro que huyen del muermo del “mainstream” y que creen que el mundo de la ilusión mundial empieza y termina… en Isco.
Reynaldo Cajina
CIVIL Y CRIMINAL
Sin Modric y sin Bale, al que el piperío escrachea sin ningún rubor, Isco se presenta como la gran esperanza pipera para solventar en el Bernabéu el lío en que Ancelotti ha metido al Madrid: siete partidos consecutivos sin hincarle el diente al Atleti (ninguno de cuyos jugadores, aparte el portero, sería titular en el Real) con la mejor nómina de futbolistas que pueda reunirse. La situación, que es escandalosa y produce alarma social, se ha intentado tapar con falsos debates sobre la dentición de Carvajal o el codo de tenista de Sergio Ramos. Y ahora nos vemos en la necesidad de recurrir al Libro Blanco de Luis Aragonés, que ante partidos así tenía una arenga que cabía en un tuit: “Hay que ganar por lo civil o por lo criminal”. Y si, a pesar de todo, se perdiera (¡esta vez no!), no quedaría otro remedio que contratar a Simeone.
El chavista en su rincón