jueves, 9 de abril de 2015

Tancredos



Ignacio Ruiz Quintano
Abc

Lo ha tuiteado Hughes, con su sexto sentido:

Ahora sí que se tiene que estar bien en UPyD.

Latigazo digno de Chumy, y digo Chumy por no decir Mingote, que sería mentar la soga en casa del ahorcado, que oficialmente es Rosa Díez, con quien tan cabreado anda el periodismo, ahora que Upeydé ha dejado de ser el motel, que decía Tom Wolfe, donde pasar la noche camino del destino: la Gran Novela.

Porque en España ese motel son los partidos, y en Madrid no hay manera de encontrar taxi o bicicleta libres, pues todo es correr a Ciudadanos, que es el de moda, como los apóstoles, por estas fechas (Resurrección), corrían a Galilea.

Es la España de siempre, que se divide en dos: la de los que corren y la de los que se quedan quietos.

Frente a la histeria algo nenaza de Cayo Lara (“¡Nos vamos al garete!”), quietos están Díez y Rajoy, que se profesan un odio termodinámico. Son nuestros Tancredos, herederos de don Tancredo López, célebre sugestionador de toros sobre el que Bergamín trazó su maravilloso retrato de una España en paro.

El siglo XX, que para los franceses había empezado con la torre Eiffel que no quiso Barcelona, para los españoles empezó con Don Tancredo.

Los dos –dice Bergamín– son arbitrarios y gratuitos: la torre Eiffel no tiene nada que decirnos; nuestro hombre estatua o estatuido nos lo dice todo, como un filósofo.

Don Tancredo, insiste, tenía la particularidad, tan española en el sentido humano más aristocrático, o más griego, de ganar su vida ociosamente; de querer ganarse la vida sin hacer nada ajeno al sentido ocioso, gratuito, de la vida: al don prístino de vivir. O sea, que era un verdadero señor o aspiraba a serlo.

Antes de abrir la puerta de los toriles, se colocaba en el centro del redondel, sobre un pedestal de medio metro de altura, Don Tancredo, y se soltaba un miura cinqueño.

Si yo fuera votante de Díez o Rajoy, buscaría consuelo (¡y fe!) en la lectura del “Don Tancredo” de Bergamín.


¿Dónde hay un taburete?