viernes, 10 de abril de 2015

Suicidios

El Cuervo. N-IV
 

Francisco Javier Gómez Izquierdo
     
            El suicida no suele aparecer en los periódicos a no ser que su notoriedad pública haga obligatoria, con la morbosidad correspondiente, la noticia. La prensa no da estadísticas sobre este morir atormentado, porque el pensamiento políticamente correcto tiene dicho que dispararía la tendencia, pero el caso es que a mí me preocupa y alarma mucho el tema desde hace tiempo.
     
Para poner estas letras he buscado el último censo anual  de los “estadísticos” en la materia y no he sido capaz de dar con el de los últimos tres años, encontrando en el del 2012 cifras suficientes, creo,  para  llamar la atención de quien leyere.
 
    En 2012 hubo 3.539 suicidios en España. De hombres, 2.724. De mujeres, 815. Téngase en cuenta los camuflados en accidentes laborales ó accidentes de tráfico que no cuentan en la estadística, pero para no pecar de alarmista entiendo prudente la cifra de 10 suicidios diarios. Los “¿expertos?” dicen que no son demasiados, pero se ocupan mucho en escondernos las  cifras auténticas y en no dar demasiada explicaciones de alguno de ellos.

   A un servidor, durante treinta años rodeado de las mayores miserias humanas, no se imaginan ustedes la incomodidad que me asalta cuando me cuentan que Fulano se ha tirado de la terraza, Zutano se ha abierto las venas  o Mengano se ha guisado un tortilla de tranxiliums. Mi preocupación estadística vino con el caso de Abraham, un muchacho extraordinario que ya no podía soportar vivir con su mujer. Pidió la separación y se mudó de piso. Siguió pagando la hipoteca de la vivienda del matrimonio y la manutención de sus dos hijas. Su ex-mujer, “obsesiva y paranoica”, fue el día propicio en el que entraba de guardia una jueza sensible en el ideario feminista y denunció a Abraham porque hacía diez meses la llamó “tonta “ y “boba”. La jueza tiró de ley y mandó a la policía a detener a Abraham. ¡Pobre Abraham! Su vergüenza, timidez y poco espíritu hicieron el resto. Tras declarar, y como al fiscal no le pareciera grave el incidente, la jueza le puso en libertad con medidas. Abraham, avergonzado del que dirán, por haber sido esposado ante el vecindario que le tenía por un alma bendita, volvió a su desnuda casa y se ahorcó en soledad.

      El suceso es totalmente verídico, pero no puedo asegurar que esté recogido en estadística. Tampoco puedo dar fe de si la ex-mujer de Abraham tiene derecho a pensión de viudedad o a paga por víctima de género femenino, de acuerdo con las mal llamadas Leyes de Igualdad. Lo que me llama la atención de los datos del 2012 es el número de suicidas masculinos en contraste con los suicidas femeninos.

    El otro día paré a tomar café en la orilla de los casados en El Cuervo, el último pueblo de Sevilla en dirección a Cádiz y los parroquianos comentaban que una señora se hizo cortes en los brazos hasta desangrarse. Antes había degollado al marido. El segundo marido. El primero murió accidentalmente dentro de una máquina de panadería. La gente de los pueblos a veces es muy mal pensada y parece que habla con segundas intenciones. El periódico, en un rincón de la página de Sucesos, al día siguiente decía que la pobre mujer era una perturbada y que la muerte del primer marido fue un fatal accidente.

   Que las asociaciones feministas no dijeran ni palabra del doble crimen de El Cuervo, por no ser de su interés ni competencia, no es de extrañar, ¡pero hombre!, no creo que suponga escandalizar y dar mal ejemplo mencionar las circunstancias del suicidio de la mujer. Sobre todo la perturbación que padecía.