Ignacio Ruiz Quintano
Abc
De Gaulle fue el último líder occidental (puso en marcha el único caso de democracia formal en Europa), y un día, en rueda de prensa, soltó:
–¿Cómo se puede gobernar con acierto un país como Francia, que tiene trescientas clases de queso?
¡Ay, el queso!
Una vez al año, los niños espartanos debían resistir en el altar de Artemisa los fustazos de los mozos y, antes de caer, hacerse con un cacho de queso.
Con una malicia muy Lewis Carroll, Emilia Landaluce ha hecho posar al candidato de Podemos a la Junta extremeña, a falta de jalufo, con un bocata de queso, que no le gusta, pues prefiere el jamón, razón por la cual se presenta a las votaciones autonómicas, sinecura montada para dar salida a las militancias de provincias y que ha creado un tipo de españoles semejantes a los negros cigarrosos que Spike Lee saca sentados en una esquina despotricando de los chinos hormigueros de la esquina de enfrente.
El candidato extremeño es politólogo y se llama Álvaro Jaén, versión complutense de aquel Alvarito Palmares, aviador, de la novela de Pemán, que quería traer la República arrojando desde el cielo unas octavillas.
La Aviación española es muy izquierdista, decía Palmares, para quien ser de izquierdas era acostarse y levantarse tarde, no aplaudir en los toros cuando entraba el rey, opinar que las tierras destinadas a los toros bravos sirven para criar naranjos, decir que el problema de España es “un problema de cultura”, etcétera.
Rosa Belmonte invocaba ayer la leyenda murciana de Hernández Ros, devorador de lubinas, que contestó a un camarero que le ofrecía endivias: “Más marisco no”.
Para la izquierda, las autonomías son el milagro del marisco y el jamón.
–Es más que un amigo –decía El Cordobés, que viajó siempre con un jamón–. Te quita el hambre y nunca te traiciona.
Una vez cortado, el mejor modo de preservarlo de los gorrones es el de Pepe Brajeli (apoderado de Curro), que, para ir al lavabo, colocaba su dentadura sobre el plato.