Ignacio Ruiz Quintano
Abc
El sábado los neocomunistas prometieron en la Puerta del Sol dar de comer al pueblo, y el lunes, los mejores cocineros del mundo se dieron cita en Madrid Fusión (cada vez que leo lo de Fusión se me aparece Robert Oppenheimer con una bomba bajo el brazo) para ver qué se puede hacer.
De momento, en el menú del bar de abajo ya se notó ayer la onda expansiva de la fusión: en vez de lentejas con galufo, “crema de boletus con caviar de trufa”; y en vez de escalope, con patatas, “pollo al estilo Neguri con chips al estilo Zarautz”. Al leer la pizarra me dio la misma risa que a Indalecio Prieto el cartel de “Pongo buebos de repente” de la taberna “Biencomes” en Elorrio (“Ko-ko-ro-ko” puso de mote Prieto al tabernero).
En la posguerra española hubo campaña oficial por el plato único (por el huevo único, en realidad) y D’Ors propuso a la Academia la supresión del singular, “huevo”, de modo que lo correcto, culinaria y gramaticalmente, fuera “huevos”.
¡Ah, la fusión de la política y el estómago!
La cocina fina y afrancesada viene de la Revolución francesa, que al suprimir la aristocracia dejó sin curro a los cocineros, que tuvieron que establecerse como autónomos. La suya es una cocina inodora y laica, frente al ajo y las preocupaciones religiosas de la cocina española, con su olor a convento y a cuartel (mitad monjes, mitad soldados).
En Madrid, la crisis huele a cocido, “que cunde mucho”, pero con la economía echando brotes verdes que da gusto los políticos quieren menos olor y más color en los platos del votante (que no elector) y mandan a llamar a los chefs, que ya no son cocineros, sino alquimistas.
¿Y la tradición?
Tradicionalmente, nuestra derecha era vitalista de cátedra, y nuestra izquierda, vitalista de almuerzo. Pero de Monedero se dice que almuerza roscón, como los ratones. O como Tolstoi, que renunció a la caza y se hizo vegetalista, destinando, ay, el producto de sus obras a fines de beneficencia. Como Monedero.