Ackerley con su padre
Ignacio Ruiz Quintano
Abc
Platero cumple cien años, nos recuerda Google, ese charco que pisa el ministro Wert.
–Platero es el Quijote de los cursis –nos decía en la escuela un cura con boina que sólo transigía con Calderón.
“¡Mi Platerillo!”, lo llamaba Juan Ramón, ganadero andaluz (como Miura, el del Premio) de una sola cabeza de ganado, un poeta de barba morada (“como teñida con moras de morera”) que oía ruidos y no aguantaba a sus vecinos, incluido el académico Ricardo León, que iba de hidalgo.
–Se cree un hidalgo, pero toma por las mañanas aguardiente en calzoncillos.
No sé a qué esperan los nacionalistas catalanes para anunciar que Platero es un rucio totémico del Ampurdán.
Para los amigos de la Complutense hay que decir que Platero es un poema en prosa, el modo que tuvo el poeta de eludir el problema de las medidas (la métrica poética no es distinta de la métrica catastral) que lleva de cabeza al hermano de la novia de Pablo Iglesias, ese cuñado que todos los indignados de España quisieran tener.
En ABC se les ha ido la mano en treinta centímetros (107 metros en vez de 106,7) al medir la superficie del piso protegido del “hermanísimo”, y éste está de buche plateresco con el periódico.
¡Treinta centímetros!
–Mi padre tenía un pene de treinta centímetros –arrancaban, en su primera versión, las memorias (“Mi padre y yo”) del dramaturgo J. R. (Joseph Randolph, no Juan Ramón) Ackerley, un inglés sin medida, lo mismo que Darwin, cuyo hijo, sin embargo, decía de su padre que era un hombre capaz de saber diferenciar entre “un cuarto de hora” y “diez minutos”.
Hay un libro de Alfred W. Crosby, “La medida de la realidad”, que atribuye a la cuantificación el éxito de la sociedad occidental.
–La cuantificación es como cogemos la realidad física, apartamos sus preciosos rizos y la sujetamos por el cogote.
En la nueva sociedad sin castas, los cuantitativos se comerán (por el cogote) a los cualitativos. Eso quiere decir que no van a perdonar ni un céntimo.