Ignacio Ruiz Quintano
Abc
Al final, siempre volvemos al principio.
–Una persona con principios no mete la mano en la caja.
Eso dijo aquí el domingo Carlos Lesmes, presidente del Supremo, dejándose llevar por el abogado más que por el jurista.
En nuestra socialdemocracia (una socialdemocracia no es más que el famoso consenso de principios de Groucho Marx), si uno quiere matar de hambre a sus hijos, sólo tiene que enseñarles principios.
A los hijos hay que enseñarles sentimientos, para que el día de mañana puedan decir (y triunfar) como Susana Díaz:
–¡La corrupción me rompe el alma!
Contra la corrupción, el gobierno español ha presentado setenta medidas (cifra evangélica), cuando los americanos lo tienen resuelto (desde el principio) con una: separación de poderes.
Los yanquis son así de expeditivos: para acabar con los mosquitos que se comían vivos a los cubanos en los pantanos, en vez de leyes, como nosotros, echaron petróleo a las charcas.
–La sociedad española demanda ejemplaridad –dice Lesmes.
No estaría yo tan seguro. Si fuera así, la sociedad española asaltaría las librerías (¡qué Black Friday más ejemplar!) para devorar a Javier Gomá e incluso a Kant, que nos enseñó a ser puntuales y a obrar de manera que nuestros actos sirvieran siempre de ejemplo a los demás.
Es lo que el artista Cristóbal (Cristóbal Martín en la Movida, Abdul Wahid en el islam) le ha dicho a Hughes, que estamos en la cueva de Alí Babá y todos somos saqueadores, políticos y pueblo:
–La gente se nutre de ejemplos, pero ya no hay una Santa Teresa.
Sí, porque Tania Sánchez podrá tener espíritu fundador y “faltas de ortografía” (eso decía Raquel Meller de las cartas teresianas), pero no es la monja de Ávila, por muy bendecida que resulte en los sorteos.
–Santa Teresa es de infantería, no hay que montar –dijo la Meller para aceptar el papel (¡ella, que venía de rodar “Lola Triana”, donde la yegua la tira por las orejas!).
El final justifica nuestros principios.