viernes, 31 de octubre de 2014

Malevaje


Ignacio Ruiz Quintano
Abc

La Movida, que a casi todos hizo funcionarios, hizo a Antonio Bartrina cantador de tangos, treinta años ya, y por eso invita a un concierto esta noche en Bellas Artes con Malevaje, dureza y chulería muy García-Alix, porque el tango, que viene del juego de la vida y la muerte en la calle, “no es para moñas”, como aquel bailín de Al Pacino con Gabrielle Anwar en “Esencia de mujer”.
El que no llora no mama y el que no afana es un gil.
El tango, hondo, serpenteante y sensual, es un ballet canalla.

Un Nobel de Literatura serbio, Ivo Andric, funcionario del Ministerio de la Religión en Belgrado, cuenta el cuento de Aska, un cordero raro que resuelve su rareza yendo a una escuela de ballet y que se pierde un día en el bosque y sale el lobo. Aska se aspa de miedo, pero baila, y el lobo sucumbe a tanta gracia. Aska siente cien vidas dentro de sí y emplea la fuerza de estas cien vidas para prolongar su única vida, que sabe perdida.

El ballet de Aska parece un baile con la muerte, pero es un baile por la vida.
En el bosque todos los caminos conducen a Aska como en la calle todos los caminos conducen a Gardel.
Y si en España una cleptocracia cultural había proscrito la copla asociándola a una dictadura, asociándolo a otra dictadura la misma cleptocracia cultural proscribió en Argentina el tango, que hoy es el baile nacional… de Finlandia, boutade (pero menos) de Bartrina, líder de un Malevaje que ha cantado (“Gracias Viejo”) incluso a Di Stéfano.
Malevaje fue la nueva (y última) masculinidad de los 80: al ver bailar a Virginia decía Jorge Berlanga (lo había leído en Foxá) que así las bailarinas de Gades alegraban la agonía de Tiberio, adormilado en la delicia de Capri.

Malevaje fueron Bartrina, Gilabert, Godes y Edi Clavo, y en seguida lo fue Pibe Osvaldo (el desaparecido Osvaldo Larrea). Treinta años después, oírles es sentir raíces en los pies “y cargarnos de muertos” que salen a este veranillo de Haloween a coger el sol que les falta.