Ignacio Ruiz Quintano
Abc
Monica Bellucci y Rossy de Palma, dos alegatos contra la igualdad, cumplen cincuenta años, y su medio siglo las confiesa a medias.
A esa edad, Proust y Valéry, “en medio de la ciudad más curiosa e intelectual de mundo”, eran dos desconocidos, cosa que sólo llamó la atención de Stefan Zweig.
A Valery, precisamente, se debe la expresión “bello negativo”, o idea de belleza (negativa) que desde el feminismo del 68 pretende igualmente atractivas a Monica Bellucci, que viene de la Venus de Botticelli y va hacia la Ava Gardner de “La noche de la iguana”, y a Rossy de Palma, que viene de la nariz sombreada (¡el origen del cubismo!, para los hooligans del picassismo) en “Las señoritas de Avignon” y va hacia la mujer de la lámpara del “Guernica”.
En los 80, Almodóvar, que tenía otras miras, vio en Rossy von Donna (nombre para “La ley del deseo”) una mezcla de Capucine (¡ay, Jesús!) y Angelica Huston, de moda por “El honor de los Prizzi”, donde el ritmo sexual la marcaba Kathleen Turner con sus campanitas de “Fuego en el cuerpo”.
A Kathleen Turner fui a entrevistarla al hotel de las estrellas en la Castellana, pero una emoción confusa, hecha de miedo y de gloria, me dejó en blanco… y sin entrevista, como me hubiera ocurrido ante la pura venustidad de Monica Bellucci, “Magdalena” con Mel Gibson.
Cuando Rossy cambió el Von Donna por el De Palma hicimos una sesión de fotos en Atocha. Era viernes y la estación hervía de soldados de permiso. A pesar de Almodóvar y de “Peor Imposible”, ninguno la conocía, y, sin embargo, Rossy llamaba la atención de tal manera que estuvimos muy cerca de la foto de Eisenstaedt con el marinero y la enfermera en Times Square aquel 14 de agosto del 45.
Era la fascinación por la geometría cúbica de los ideales socialistas del momento: cineastas, profesores… y reclutas.
A los cincuenta años. Un paisaje del cual se sale, en que todo se empequeñece y se pierde. Dice Julio Torri que eso es la vida.