Ignacio Ruiz Quintano
Abc
En la plaza de toros de Priego de Córdoba, cuna de aquel “líder de las multitúes” que fue don Niceto Alcalá-Zamora (al que Azaña pateó en el culo de la Constitución para arrebatarle el sillón), El Fandi ha blasfemado de tal modo que nadie sabe aún qué puede pasar aquí.
¿Qué hizo El Fandi?
Pues sentarse en un toro de Zalduendo (todos sabemos que eso no lo hace con un novillo de Joaquín Moreno Silva) que, harto de mantazos, se había echado en la arena como una mula vieja.
–¡Qué falta de respeto al toro! –brama de indignación el español.
El español, sumiso a cualquier Autoridad hasta lo grotesco, se encampana si alguien se sienta en un toro (que no es un toro, ya que no ha nacido quien lo haga en un toro) o se salta la cola del supermercado.
Lo del Fandi con el Zalduendo se veía venir desde que Talavante, a mitad de faena, les cantaba fandangos a sus toros. Es la forma española (involuntaria, en el caso de esta pareja) de gritar que el rey va desnudo. Que no hay toro, vamos.
El primero en hacerlo fue Miguelín, cuando bajó en traje y corbata a la arena venteña y se abrazó con un toro que lidiaba El Cordobés. Fue nuestro mayo del 68, y la policía se llevó a Miguelín al calabozo, mientras que en Priego de Córdoba al Fandi le cayeron las dos orejas y el rabo de un toro que no era toro, pero que es el toro de todas las figuras del escalafón actual, que son, con diferencia, las que más daño han hecho a la tauromaquia, en colaboración (en Madrid) con los políticos.
Bien, pues, por El Fandi, aunque su desplante ya lo había visto yo con Cayetano en Arévalo. Pero ojalá tuviéramos un Fandi (¡uno solo!) en la política, haciendo con los falsos toros de Gallardón (aborto, aforados, indultos,…) en el Congreso lo que Fandila con el Zalduendo en Priego de Córdoba: sentarse a dar una lección:
–Esto no es un toro, pero ustedes, con perdón, sí parecen bastante gilipollas, pues nos miran (y nos pagan) como si estuviéramos delante de “Bastonito”.