Aplicación práctica de la Ley de Igualdad
Nobleza arandina
Francisco Javier Gómez Izquierdo
El martes, un señor de Puente Genil lloraba en la estación de autobuses de Córdoba ante un café por no poder sujetar el sentimiento. Mejor, los sentimientos. El hombre acababa de salir de la cárcel donde había cumplido condena de seis meses y un día, pero la libertad no le trajo alegría. El billete que le llevaría a su pueblo le oprimía el pecho desde el bolsillo de la camisa y temía la llegada de la tarde cuando pisara de nuevo su tierra de toda la vida.
El hombre de Puente Genil dice, a lo mejor es mentira, que se divorció hace un año totalmente desesperado y que tuvo muchas palabras feas con la que fue su señora. El juez dictó un régimen de visitas de sus dos hijos que la madre incumplía todos los fines de semana, al tiempo que le condenó a una orden de alejamiento de 500 metros por el miedo que manifestaba la denunciante. Hace seis meses uno de los hijos jugaba un partido al noble deporte del balonmano, y como la madre nunca acudía al polideportivo, el mozo llamó al padre que le inició en la afición. Al comienzo del segundo tiempo del partido apareció firme, inquisidora y decidida quien no se esperaba y cuando encontró lo que buscaba requirió la presencia de la guardia civil que suele estar allí cuando Puente Genil juega contra Córdoba. Cumpliendo el reglamento -supongo-, la pareja dio fe de que Rafael se sentaba en las gradas del polideportivo y que una señora, que dice fue su esposa, manifestaba sentir un miedo “horroroso”.
Al día siguiente a Rafael lo sacaron del calabozo y lo pusieron ante un juez que lo entregó de nuevo a la Guardia Civil, para que lo enviaran de inmediato a la cárcel a cumplir seis meses y un día. Rafael agradece a los guardias que le acompañaran a casa para llenar un bolso con lo que consideró imprescindible. El furgón lo esperó a la puerta y de allí, al talego.
Si ha acabado de leer lo escrito, observará usted que la orden de alejamiento no especifica viviendas o lugares y que puede convertirse en un arma terrorífica manejada por mentes de acreditada maldad o mujeres paranoicas que rejuvenecen con el sufrimiento ajeno. “...me entero por dónde anda y allá que voy con el móvil”.
Uno, que ha sido testigo de cómo discurren muchas vidas desgraciadas, cree que el hembrismo -¡Oiga, que el cafre es cafre y llevo conocidos unos cuantos!- y el nacionalismo, ese disparate de moda, viven de narices gracias al galopante aletargamiento de la sociedad. El hembrismo y el nacionalismo exigen derechos pisoteando los del prójimo, porque tanto el hembrismo como el nacionalismo se alimentan del odio al otro. Ese otro del que el hembrismo de manual exige todas sus pertenencias y al que el nacionalismo considera tan inferior, en román paladino racismo, que lo quiere abandonar después de apropiarse de toda su hacienda. Total, delirios y dinero, convertidos en derecho de gentes.
Y ante esto, la Justicia estimando lo que puede ser mas conveniente con el tiempo político. ¡Si no fuera porque estoy enganchado tan enfermizamente al fútbol me iba de monje, de verdad!