Beso español
Vicente Llorca
Había una vez en el pueblo un carbonero de los de antaño, antiguo militante republicano y anticlerical, que lo tenía claro.
-La culpa es del cura.
-Pero, Aniceto, si el cura no estaba…
-Eso es lo que os han dicho a vosotros.
Y así, ese verano, el incendio de la panera, que se había llevado la paja del año, era obra también de la Iglesia, que defendía de manera oscura –pero cristalina para Aniceto– los privilegios del clero.
Dios escribe con renglones torcidos.
La teoría castrista del reparto de culpas siempre me ha fascinado. (La causa nunca está al lado. Siempre más allá del mar; en Miami, como muy cerca).
Remedios, maestra local, algo leída y jacobina de pro –los del pueblo decían que no sólo compartía ideas con el carbonero– me explicaba un día el fracaso atroz de la NEP leninista, en una URSS incipiente donde los paisanos se comieron –literalmente– los unos a los otros.
-La culpa la tuvo el bloqueo internacional, que no podía consentir el éxito de la socialización.
Y se quedaba tan ancha.
Otro día surgió el tema de los fusilamientos en el seminario comarcal –de donde seminaristas, párrocos y hasta monaguillos fueron paseados por las milicias locales– y la explicación estaba clara.
-Puede que hubiera algún exceso. Pero la culpa la tenía la propia Iglesia.
Y así, ese verano, el incendio de la panera, que se había llevado la paja del año, era obra también de la Iglesia, que defendía de manera oscura –pero cristalina para Aniceto– los privilegios del clero.
Dios escribe con renglones torcidos.
La teoría castrista del reparto de culpas siempre me ha fascinado. (La causa nunca está al lado. Siempre más allá del mar; en Miami, como muy cerca).
Remedios, maestra local, algo leída y jacobina de pro –los del pueblo decían que no sólo compartía ideas con el carbonero– me explicaba un día el fracaso atroz de la NEP leninista, en una URSS incipiente donde los paisanos se comieron –literalmente– los unos a los otros.
-La culpa la tuvo el bloqueo internacional, que no podía consentir el éxito de la socialización.
Y se quedaba tan ancha.
Otro día surgió el tema de los fusilamientos en el seminario comarcal –de donde seminaristas, párrocos y hasta monaguillos fueron paseados por las milicias locales– y la explicación estaba clara.
-Puede que hubiera algún exceso. Pero la culpa la tenía la propia Iglesia.
-¿Y por qué se cargaron después a los del palacio, Remedios?
-Por culpa del Comité de No Intervención. Así podían acusar luego a la República de desmandada. Estaba todo organizado en Londres.
Etcétera. ( Ni que decir tiene que durante otra época todo autor que elaborara con cierto orden narrativo sus relatos “estaba a sueldo de la CIA”). De los atracos de un sujeto local, energúmeno notable que había majado a palos, entre otros, a una rica del pueblo, aquél no era responsable, argüía, sino “la sociedad”. Menos mal que la Guardia Civil, en lugar de detener a “la sociedad”, se llevó al sujeto en cuestión al penal de Chinchilla.
Fascinante teoría atributiva. Que tiene sus continuadores.
Así, esta mañana me encuentro con que, después de las últimas cantadas notables del portero Casillas, que a punto estuvieron de costarle la Copa a su equipo; del temblor permanente que provoca alrededor –y fuera– de la portería, y de su no menos dubitativa actuación en el Mundial del Marqués… al que echan es ¡a Diego López!
Me lo tiene que explicar Aniceto.
Pero ya sé lo que va a decir: la culpa era del obispo. O de una oscura conspiración realista. Con un par.
Etcétera. ( Ni que decir tiene que durante otra época todo autor que elaborara con cierto orden narrativo sus relatos “estaba a sueldo de la CIA”). De los atracos de un sujeto local, energúmeno notable que había majado a palos, entre otros, a una rica del pueblo, aquél no era responsable, argüía, sino “la sociedad”. Menos mal que la Guardia Civil, en lugar de detener a “la sociedad”, se llevó al sujeto en cuestión al penal de Chinchilla.
Fascinante teoría atributiva. Que tiene sus continuadores.
Así, esta mañana me encuentro con que, después de las últimas cantadas notables del portero Casillas, que a punto estuvieron de costarle la Copa a su equipo; del temblor permanente que provoca alrededor –y fuera– de la portería, y de su no menos dubitativa actuación en el Mundial del Marqués… al que echan es ¡a Diego López!
Me lo tiene que explicar Aniceto.
Pero ya sé lo que va a decir: la culpa era del obispo. O de una oscura conspiración realista. Con un par.