domingo, 10 de agosto de 2014

Los "senyoritos"



Emilia Landaluce
Abc

Mucho antes de que —siquiera— se concibieran los modernos modernos [eso que llaman hipsters], el futurismo ruso ya estaba organizando la matanza de los espantapájaros. Lo cantaban en una ópera con decorados de Malevich mientras Lenin, supongo, fantaseaba ya con la idea de ponerse los tirantes de un fusilado [como, por otro lado, haría tras la Revolución].
 
En España, no hay suficientes espantapájaros. Y eso que hay muchos. Jordi Pujol no quería criar cuervos sino una prole de señoritos —senyoritos podría ser válido— que aunque proverbialmente se digan de Andalucía, también los hay en Cataluña. El señoritismo es esa sensación de impunidad que sienten aquellos que campan por el mundo como si fuera su cortijo. O su masía.

Una muestra: en los 90, uno de los polluelos del exmolt honorable coincidió en un cocktail con Don Felipe. El camarero se acercó al grupo en el que estaban el entonces Príncipe de Asturias y el Pujolin de turno. «¿Quieren?», les dijo pasándoles la bandeja. El senyorito no pudo reprimirse y ensalivó ostensiblemente sus dedos. Después, sonriendo, fue posando la manaza chupada en cada uno de los hojaldres. «Tocado, tocado, tocado», iba diciendo ante el horror del resto de los presentes. Como pueden imaginar, Don Felipe reprimió las hambres regias y supongo que también, el flipe ante semejante descaro.

Ésta era una anécdota frecuente en las veladas de cualquiera de los Pujol Ferrusola, que pese al trato siempre cordial que les brindó Felipe VI, no cejaron en su empeño de despreciar a la Institución. Victoria Álvarez ya relató en su día cómo el primogénito del clan había comprado 5.000 silbatos para pitar a Don Juan Carlos en aquella final de Copa disputada en Mestalla.

Franco pensaba que los cuervos eran matemáticos. Tenía razón: saben contar hasta ocho, exactamente el número de dedos de sus patas. Supongo que por eso Pujol nunca quiso criarlos. Demasiados pocos dedos para contar.

Pese a los futuristas, los espantapájaros sobrevivieron. Lástima que nada puedan hacer contra los córvidos de 2.000 millones de dedos.