Ignacio Ruiz Quintano
Abc
Subía yo, cabeceante como un asno gerundense (“equus africanus asinus”, que diría Arsuaga) mi cuesta de los elefantes, que es la del playón de Lastres, en la Asturias de los dinosaurios, y bajaba, sorteando a los vehículos, una madre andaluza con su niño de unos cinco años que al paso de un Jaguar (sí, un Jaguar verde, no un Seat León tuneado en amarillo) se quedó nota, como Narciso en la fuente, o como un toro encastado en el peto, pero su madre lo rescató de un tirón:
–¡Ninio, por Dio! Mira que si te piya ese coshe ya no hay más ninio, ya no hay más Jacobo. Se acabó. ¡Ar sielo que se va!
–¿Con el abuelo? –quiso saber el niño.
¿Por qué estas mujeres maravillosas, capaces de contestar en un santiamén cualquier interrogación ontológica, no mandan en nuestra vida pública?
En nuestra vida pública mandan mujeres como Ana Mato, que aún no ha salido a explicar que el ébola es un bichito tan pequeño que si se cae de la mesa se mata. O como Maruja Torres, que tuitea que en África mueren muchas más personas al día de sida y de malaria, y que eso es lo que deberíamos estar solucionando.
–Pero el ébola tiene glamour –es su remate de verónica.
O como esa concejala segoviana de Turismo y Patrimonio Histórico (?) que suspendió un ciclo de cine israelí… “por el holocausto de Gaza”.
–Que no se diga que nuestra postura en contra del holocausto de Gaza no es clara. Si hay que suspender ahora cuatro sesiones de cine de cuatro creadores judíos… pues se suspende.
Hombre, holocausto por holocausto, y puestos a ser punkis, si hay que dejarla a ella sin cochinillo de Casa Cándido por “el holocausto del Gal”, pues se la deja, por “muchos trabajos publicados sobre etnología y cerámica” (sic) y por muy “amplia experiencia en narración oral” (sic) que tenga.
Oralidad. Tertulianidad. La sensibilidad occidental viene de Atenas y Jerusalén: Sócrates y Jesús de Nazaret pertenecen a la tradición oral. Como la concejala segoviana, que no parece muy leída.