Rafael el Gallo
José Ramón Márquez
De la Monumental de Cantalejo a la Monumental de Roquetas: he ahí explicada de manera sumaria y precisa la rotundidad de la tauromaquia de Morante de la Puebla, el ruiseñor. De Segovia a Almería, ahora Morante ha decidido ir a escacharrar los relojes de los gaches y se reserva sus más puras verónicas de alhelí, sus naturales de bandullo y sus mohínes para los de los pueblos. A cambio, él les para los relojes, les revienta los pelucos, y pudiéndolo hacer en Madrid, en Sevilla, en Bilbao, en Valencia, él prefiere expresar su tauromaquia que destroza la relojería en pueblos humildes y en fiestas para aumentar la fiesta, y lo mismo que Nuestro Señor dio en nacer en el más humilde pesebre, así Morante, mofletudo torero, ha decidido anunciar su buena nueva en humildes plazas pueblerinas, llenas de ese alegre público festivo, donde gracias a que el toro es una mona puede manar de forma natural la sublime belleza de la verónica de alhelí, el natural bandullero y el mohín.
Para comparar, por pura travesura, traigamos aquí a Rafael el Gallo, que en septiembre de 1910 mató en Écija a un impresionante toro de Saltillo, cuya cabeza disecada decoraba su despacho. Esa corrida la contempló como excepcional espectador Rafael Guerra, Guerrita, que dejó dicho esa tarde y a propósito del torero: «Es un torero que, a todo lo que hace, le tiene usted que decir ole». Claro es que los que en nuestros días quisieran emparentar a Rafael con Morante, y no faltarán interesados que aboguen por tal sacrilegio, deberían empezar antes por echar un ojo al Saltillo, al que el revistero de turno tildaba en la época de «pequeño», mejor que quedarse sólo en la cosa del «arte», ya que las espantás y los triunfos de aquel «artista» se hicieron con toros que en nuestros días serían tachados de ilidiables o jurásicos por la femenil sensibilidad de nuestros contemporáneos revistosos del puchero o del telepuchero.
Morante no llega ni a la suela de la zapatilla a ninguno, ni a Rafael, ni a Chicuelo, ni a Curro Romero, ni al Paula; él se sirve de todos ellos, para hacer ver que el nicho que ellos ocuparon, cada uno en lo suyo, le pertenece a él por herencia -o mejor aún por expediente de dominio-, pero por más cuentas que uno le echa al de los mofletes, lo único que se ve es cálculo, diseño, mercadotecnia. Lo que debe hacer es darse prisa en ganar lo que sea suyo porque, como todo el mundo puede observar, su fisonomía tiende a la redondez de una manera que está totalmente reñida con el tarro de las esencias, aunque el tarro lo compres en Makro. A ver si le va a pasar lo que a Pepe Colemnar; aunque uno, puestos a elegir un torero gordo, se quede antes con el valor de Pepe que con el artisteo de José Antonio.