Ignacio Ruiz Quintano
Abc
Formalmente, España no es una democracia; es una logocracia, y Rajoy recibirá a Mas “para hablar” (no sé de qué puede hablar Roma con Sertorio), mientras los escritores, para animar al presidente en su papelón de hacer cumplir una ley en España, han escrito un manifiesto que a mí me parece largo, y más desde la crónica londinense de Borja Bergareche sobre ese matemático de Wisconsin que ha demostrado que la lectura es una leyenda urbana.
–Cuentan que en Trebujena una mocita se murió de la leyenda –le dijo a Pemán, que leía en un patio de Jerez, una hermana de Primo de Rivera, “la tía Inés”, en quien es fácil ver a Susana Díaz.
¿Quién se va a leer un manifiesto de quinientas palabras? Rajoy, no, que sólo lee el Marca. Y tampoco Pedro Sánchez (Pedro de la Preveyéndola, en captura genial de Rosa Belmonte), que anda, el hombre, con Proudhon y su principio federativo para volver a poner a España como la dejó en la primera República el proudhoniano Pi, con la Costa Blanca bombardeada y los funcionarios sin cobrar.
Que la gente no lee lo sabía el redactor jefe de Hemingway en el “Kansas City Star”, que obligaba a sus redactores a meterlo todo en el primer párrafo, sabedor de que no hay lector en el mundo que llegue al segundo.
Pero el matemático de Wisconsin (Ellenberg, un niño prodigio que aprendió a leer con dos años viendo “Barrio Sésamo”) ha descubierto el “biuret” de la lectura: si compras un libro y no lo lees te sale una mancha como la de Torrente al orinar en la piscina.
Así hemos sabido que lo más vendido y menos leído de la historia contemporánea (aparte la Constitución del 78) es el tiempo de Hawking y la desigualdad de Piketty, para fortuna de Pablo Iglesias, ese comunista chino, como le dice mi amigo Valenzuela, pues todo lo copia, incluida la coleta complutense de Rodríguez-Villasante.
Y es que Pablemos, más que logocracia, es ya demonarquía, o gobierno de las ranas, en definición de Alejandro Sawa, el Max Estrella de Valle.