Abc
James viene de Cúcuta, que significa casa de los duendes, y nos trae a Madrid la “j” (¡el machete de la “j”!) de su selva colombiana.
¿James o Yeins? ¿Yeins o Yames? ¿Yames o Hames? ¿Hames o Xames? ¿Jiménez o Ximénez de Quesada?
Acostumbrado a decirle Yesé a Jesé, el piperío del Bernabéu ya tiene guerra (“jerra”, diría Juan Ramón) para este año, si con el tabarrón de Casillas no les llena.
La “j” es anzuelo para el japonés que está pez.
La “j” es gancho para extraer el bígaro del pipero de pipas a la sal (¡la sal de la tierra!).
–Pues el Arsenal quiere tirar la casa por la ventana por Íker.
–Natural. Como que es el mejor portero del mundo.
A Foxá le explicaron en Colombia que donde hay sal no hay antropofagia, pues los hombres se devoran por la falta de sal, razón por la cual la socialdemocracia europea reparte pipas a la sal entre sus hijos, que, agradecidos, guardan las cáscaras en la mano izquierda en vez de escupirlas.
Que el pipero de atrás deje de escupirme cáscaras en el cogote y la guerra de la “j” que se avecina hace que uno tenga más ganas de volver al Bernabéu, donde para tratar lo de la “j” hará falta la comparcencia del académico Marías, madridista de Pep Guardiola, que, bien mirado, tampoco es una inconsecuencia (otro “anacoluto”, en el caso de Marías), si se tiene en cuenta la extraordinaria contribución de Guardiola a la conquista de la Décima.
Yo, con James, pienso incurrir en chifladura de jotafilia (sólo Alemania y Holanda son tan joteros como España), la chifladura juanramoniana de la “j”, consonante uvular, la más enérgica y fiera de nuestro sistema fonético, al decir de Gerardo Diego (a partir de ahora, Jerardo Diego), aunque don Eugenio d’Ors la comparaba con el color violeta (¡los “vagos ánjeles malvas” de JR!), “que es cursi con esa especial cursilería gratuita y epicena, que tiene la jota desde los tiempos de un poeta”.
En la determinación futbolística de James, que de niño fue tartaja, como Demóstenes, se ve que la “j” (¿las piernas de Rivaldo no eran dos jotas?) ha obrado en el juego del mejor futbolista colombiano el mismo efecto benéfico que el guijarro (ensayar los discursos con un guijarro en la boca, para forzar a la lengua a moldear las palabras) en la prosodia del mejor orador ateniense.
En la literatura (y James, aún más que fútbol, es literatura), el escritor “J” de la Biblia fue el único rival de Homero, como este James cucuteño lo es ya del homérico Cristiano.
James, no lo olvidemos, viene del país de los milagros que conocemos por Alberto Salcedo Ramos, donde una tienda bogotana de licores se llama “La cirrosis”, y una pollería cartagenera, “Videopollos el Charlie, lo máximo en películas y en pechugas”. El país de Gómez Dávila, el humanista; el Chato Velásquez, el árbitro que expulsó a Pelé y se retiró con cinco jugadores noqueados; o Réné Higuita, portero del escorpión, en cuya cuna “estar enamorado” de una persona no significaba amarla, sino pretender acribillarla: al sicario se le llamaba “dedicaliente”, y al estafador, “calidoso” (allí, quien caía balaceado no moría, sino que empezaba a “cargar tierra con el pecho”).
–Lo que nos divide en el Caribe, según el poeta dominicano Pedro Mir, es la lengua. Lo que nos une, según la escritora puertorriqueña Magali García Ramis, es la manteca.
Juan Ramón Jiménez
HISTORIA DE UN NOMBRE
En Colombia, dice Salcedo Ramos, sólo hay que pedirle el registro civil al prójimo para saber si es de los que nacieron con estrella o estrellados: “En Colombia, no nos engañemos, el nombre jamás es lo de menos. Si naces en una familia de abolengo eres bautizado con un nombre castizo como Juan Manuel, y luego ya puedes ser presidente como Thomas Jefferson. Al que carece de linaje le toca llamarse Jefferson Duque, y luego jugar fútbol como los dioses para que lo tengan en cuenta. Y por eso los excluidos ponen nombres como John Fitzgerald Pataquiva. Ellos saben que sus hijos no van a mandar ni en Somondoco, pero en nuestro país injusto la única opción que les queda para parecer notables es la pila bautismal.”
En Colombia, dice Salcedo Ramos, sólo hay que pedirle el registro civil al prójimo para saber si es de los que nacieron con estrella o estrellados: “En Colombia, no nos engañemos, el nombre jamás es lo de menos. Si naces en una familia de abolengo eres bautizado con un nombre castizo como Juan Manuel, y luego ya puedes ser presidente como Thomas Jefferson. Al que carece de linaje le toca llamarse Jefferson Duque, y luego jugar fútbol como los dioses para que lo tengan en cuenta. Y por eso los excluidos ponen nombres como John Fitzgerald Pataquiva. Ellos saben que sus hijos no van a mandar ni en Somondoco, pero en nuestro país injusto la única opción que les queda para parecer notables es la pila bautismal.”
Escorpión de Higuita