miércoles, 2 de julio de 2014

El melón cantaloupe

Melonen unserer Väter

Hughes

He vuelto de Brasil supertropical. Y lo primero que he hecho es cambiar de melón. El cantaloupe, aunque yo preferiría llamarlo cantaloop.

El melón cantaloupe me recuerda a la inmortal pieza de Hancock, Cantaloupe Island, que yo imagino completamente plantada de melones, como un inmenso melonar jazzy.

Pero además, en el gusto por este melón hay una catetez profunda, el recuerdo del campo que en mi infancia me permitía observar la venta del melón normal por los gitanos en sus carromatos tristes. Oh, esa horrible trashumancia de melones. Asociada al melón estaba también la cata, la cata del melón y la abrupta raja, con su exhibición de faca. Esos cuchillos rajamelones quizás rajaran otras cosas, pensaba yo. Pero en la cata yo veía un tocomocho, un tongo seguro porque se me revelaba ahí la superstición hispana cuando el señor se pegaba el melón a la oreja y ponía cara de extrasensorial. Ahora, sin embargo, deploro que los supermercados nos los den ya abiertos, porque esa adivinación del melón se parecía un poco a adivinar por los signos qué tienen los caletres.

El melón español tenía la figura del robamelones, que salía por patas del sembrado como un jugador de rugby.

El melón español, tan bueno, está gitanizado, socializado y empobrecido para mí, pero no así el “cantaloop”, que es un melón distinto. Chic, pequeño, acoquinado, melón coconut, en el que no aparece la gitanería sino macacos quizás, monos rodeándolos. Melones que no nacen del suelo, sino que caerían en mi imaginación cateta de altos árboles paradisíacos. Yo me compro esos melones y sueño un poco.

Melón sin robamelón, de forma esférica, pequeño, carnoso, mucho más carnoso. Ideal para la ensalada, y cómo agradece el soltero cualquier cosa susceptible de ensalada.

Cada vez que aparecen por el supermercado hay una fiera competición de señoras. Es un producto preciado, delicatessen, que rompe la dualidad cansina de la sandía y el melón apepinado. Porque el melón español clásico es un melón que linda genéticamente con el pepino, es dulce y grande, pero de la rama de los pepinos. En cambio, este “cantaloop” es otra cosa. Yo lo veo como primo lejano del mango, coco, mamey. Aguacate, incluso. Esa porosidad suya es distinta y más jugosa. Tiene color australiano, de venir de lejísimos.

La pepita de este melón está recogida. Vulva concentrada (como debe ser). Todo son facilidades y encantos en este melón sabroso y refrescante, que entre el rojo sandía y el verde pepino, introduce un suave intermedio asalmonado.

Manuel Cascante, corresponsal de esta santa casa en Méjicos, que diría la Cantudo, me hace llegar por twitter el comentario que un periodista escuchó estando en Filipinas:

-Paco, no hay melones como en España.

Contra esta brutalidad utilizo yo la obsesión del cantaloupe. Qué seguros estamos hasta de nuestras cucurbitáceas. Yo renuncio al melón español. Hago dieta y además anticasticismo.

@captAchab añade genialmente que el melón le parece una calabaza reprimida. Quizás falte sensualidad tropicalista ahí, pero no está mal tirado.