Cabeza de asno
José Ramón Márquez
Entramos en este lunes, tan poco común, en la cosa del torismo, “la semana torista”, que decían antes, para significar que en este ghetto habían agrupado a las ganaderías rabiosas como garantía de que ya han pasado por la Feria todas las figuras y de que, magnánimamente, los Empresarios dejan un recuelo final que le echan a la afición, para que no se queje de lo de la variedad de encastes, que no todo va a ser juampedro.
Claro es que, por estas cosas del birlibirloque taurino, fracasada la corrida de Escolar, cercenada por la ciencia veterinaria la de Couto de Fornilhos, la corrida de más interés de las que llevamos en el abono ha sido, sin duda alguna, la de El Montecillo del pasado viernes. Aún enardecidos por el comportamiento de aquellos juampedros revirados, hoy íbamos a la Plaza ansiosos por echarnos a la cara a los Cuadri, clavo ardiendo de los pocos que nos van quedando, dispuestos a enfrentarnos a oleadas de casta. No se puede negar que Cuadri nos ha dado espléndidas tardes de toros, gloria de la ganadería, honor de la divisa, como aquella impresionante e inolvidable del ’93, y tantas otras, por lo que ésta es de las ganaderías a las que solemos considerar como de valor seguro. Sin embargo, a la entrada ya empieza mal la cosa con que si han rechazado no sé cuántos toros, con que si han traído más, con que si al final se ha compuesto el sexteto... resulta alucinante que el mismo colegio veterinario que aprobó hace unos días la inmundicia de El Pilar, con aquellos pitoncitos del quinto, con aquellas caras estúpidas de consanguinidad imbécil, hoy saque pecho ante un criador de reses de lidia como es debido y le desbaraten el conjunto que tenía reseñado para Madrid, con las cosas que aprueban cada día; pero los Cuadri había que desbaratarlos precisamente para dárselas de íntegros. Y exigentes. Nada nuevo, que la siguiente muesca en el revólver intentarán que sea con la de Miura.
Aprobaron seis, como queda dicho, pero ya no eran “los seis de Madrid”. Decimos esto acaso un poco como excusa de por qué la corrida de Cuadri ha defraudado las expectativas depositadas en ella, porque el balance del paso de los toros de Trigueros por Madrid no ha sido ni mucho menos acorde a lo que se esperaba, pues donde el aficionado quería ver la lucha en el caballo, los Cuadri dieron la campanada de hacer sonar el estribo, de recular, de no emplearse y de ser remisos a acudir, y donde el aficionado quería ver la pujanza del toro encastado y fiero, los Cuadri trajeron sosería, descaste y kilos fofos. Cuadri echó hoy sobre las sufridas espaldas del aficionado una losa bastante gorda, porque lo que menos se espera de esta ganadería es que, a la salida de los toros, estemos con la monserga de si el toro tal sirvió, si metía la cabeza o que si sabía hacer la O con un canuto, porque lo que la afición pide de esta hache tumbada es que nos haga salir de la Plaza enardecidos por la contemplación de la lucha del toro de lidia con trapío, fiero, encastado y ávido de atacar a los montados. Y de esto, hoy, nanay.
Para matar a los Cuadri de Comeuñas la magnánima empresa que dirigen con mano férrea los Choperón Father & Son consideró oportuno contratar a Javier Castaño y a otros dos toreros que en conjunto suman ocho corridas toreadas el año pasado, Iván García y José Carlos Venegas. Venegas venía, además, a confirmar la alternativa que tomó hace cuatro años en Alicante. Nada nuevo, por otra parte, ya que los “poderosos” están ejerciendo su poder en los despachos, precisamente para que sus nombres no se vean involucrados con ciertas ganaderías como la de hoy.
De los tres diestros no diremos nada más que lo bonito, porque ya es suficiente la apuesta de ver sus nombres anunciados con los vecinos de Trigueros como para otras mortificaciones. De Castaño hay que hablar en conjunto, siendo el conjunto su cuadrilla y de esta hoy especialmente de Marco Galán que ha dado en un solo capotazo mientras ponía en suerte al cuarto, Comandante, número 36, la más completa lección de toreo que verse pueda, tomando al toro por el pitón izquierdo, llevándolo imantado en el vuelo amplio y etéreo de su capote en un medido lance, largo como un día sin internet, y soltándolo en el lugar preciso con toda delicadeza y con toda firmeza sin un solo aspaviento, sin un movimiento superfluo o no necesario para el lance. Decía El Gallo que lo clásico es “lo arrematao, lo que no se pué jasé mejó”, pues hoy Marco Galán ha puesto en la arena blancuzca de Las Ventas un emocionante garabato de clasicismo que nos hizo prorrumpir en aplausos y nos levantó de los asientos: ¡un solo lance!
De Iván no hay nada que decir más que lo bien que estuvo Pedro Iturralde, que daba gusto verle montar, mandar al caballo, tirar de la rienda para que no cerrase la salida al toro, y todo esto midiendo el castigo.
Y de Venegas... ¡ay Venegas! Explicaremos un poco su segundo toro, para que se entienda la cosa. El animal atendía por Macetero, número 25, negro mulato. La cosa comienza en el tercio de varas cuando el picador Santiago Rosales se ve incapaz de hacer que el penco que monta obedezca sus órdenes de avanzar. La cosa era más bien achacable a la impericia del jinete, que no conseguía que el arre le obedeciese en el movimiento hacia el toro. Cuando después de una rechifla general el toro, al fin, se lanza hacia el caballo, lo toma por delante sin que la puya le detenga y entonces tarda nada y menos en poner en posición horizontal al jinete y a su cabalgadura que se llevan un formidable batacazo. Para la segunda vara se repite el despropósito de la inexistente monta, siendo patente cómo viene por el callejón Tito Sandoval a echar una mano asesorando a su compañero. Finalmente se arranca el toro y recibe unos cuantos pinchazos y desgarros, pero no se le pica en condiciones, y aún sin estar adecuadamente picado el toro, se cambia el tercio. El de banderillas es un descalzaperros en la brega y en las pasadas de los de plata. Cuando se cambia el tercio, Venegas armado de su valor y de sus pocos conocimientos se va al toro, crudo y venido arriba, y, sin probarlo, se pone al natural. El toro es muy agresivo, encastado y de gran viveza y literalmente se come la muleta del jienense, que corta los viajes del toro sin alargar el muletazo, con lo que se le deja muy encima, y que insiste en meterse en el viaje del toro, lo que no ha hecho nadie con la tenacidad de Venegas en lo que llevamos de Feria. Estas dos cosas las hace de una manera brusca, como son sus muletazos, pero con un aire inequívoco de honradez, de valor y de verdad. A la salida de una serie el toro le alcanza y se lo echa a los lomos zarandeándole. Una vez repuesto vuelve con los mismos argumentos: su tosquedad, su valor, su necesidad por meterse en el viaje del toro. Magnífica lección para los que hace unos días ensalzaron la birriosa y olvidada faena de Abellán. Venegas, como un capa de Ciudad Rodrigo, ha puesto el corazón en el puño a la Plaza de Las Ventas dejando, a despecho de sus carencias, lo que falta cada día: pasión, voluntad de triunfo, verdad. Venegas ha vuelto a escribir en Las Ventas esta tarde, con su tosca escritura y a despecho de sus carencias, la vieja e inmortal sentencia: El toreo es grandeza.
Claro es que, por estas cosas del birlibirloque taurino, fracasada la corrida de Escolar, cercenada por la ciencia veterinaria la de Couto de Fornilhos, la corrida de más interés de las que llevamos en el abono ha sido, sin duda alguna, la de El Montecillo del pasado viernes. Aún enardecidos por el comportamiento de aquellos juampedros revirados, hoy íbamos a la Plaza ansiosos por echarnos a la cara a los Cuadri, clavo ardiendo de los pocos que nos van quedando, dispuestos a enfrentarnos a oleadas de casta. No se puede negar que Cuadri nos ha dado espléndidas tardes de toros, gloria de la ganadería, honor de la divisa, como aquella impresionante e inolvidable del ’93, y tantas otras, por lo que ésta es de las ganaderías a las que solemos considerar como de valor seguro. Sin embargo, a la entrada ya empieza mal la cosa con que si han rechazado no sé cuántos toros, con que si han traído más, con que si al final se ha compuesto el sexteto... resulta alucinante que el mismo colegio veterinario que aprobó hace unos días la inmundicia de El Pilar, con aquellos pitoncitos del quinto, con aquellas caras estúpidas de consanguinidad imbécil, hoy saque pecho ante un criador de reses de lidia como es debido y le desbaraten el conjunto que tenía reseñado para Madrid, con las cosas que aprueban cada día; pero los Cuadri había que desbaratarlos precisamente para dárselas de íntegros. Y exigentes. Nada nuevo, que la siguiente muesca en el revólver intentarán que sea con la de Miura.
Aprobaron seis, como queda dicho, pero ya no eran “los seis de Madrid”. Decimos esto acaso un poco como excusa de por qué la corrida de Cuadri ha defraudado las expectativas depositadas en ella, porque el balance del paso de los toros de Trigueros por Madrid no ha sido ni mucho menos acorde a lo que se esperaba, pues donde el aficionado quería ver la lucha en el caballo, los Cuadri dieron la campanada de hacer sonar el estribo, de recular, de no emplearse y de ser remisos a acudir, y donde el aficionado quería ver la pujanza del toro encastado y fiero, los Cuadri trajeron sosería, descaste y kilos fofos. Cuadri echó hoy sobre las sufridas espaldas del aficionado una losa bastante gorda, porque lo que menos se espera de esta ganadería es que, a la salida de los toros, estemos con la monserga de si el toro tal sirvió, si metía la cabeza o que si sabía hacer la O con un canuto, porque lo que la afición pide de esta hache tumbada es que nos haga salir de la Plaza enardecidos por la contemplación de la lucha del toro de lidia con trapío, fiero, encastado y ávido de atacar a los montados. Y de esto, hoy, nanay.
Para matar a los Cuadri de Comeuñas la magnánima empresa que dirigen con mano férrea los Choperón Father & Son consideró oportuno contratar a Javier Castaño y a otros dos toreros que en conjunto suman ocho corridas toreadas el año pasado, Iván García y José Carlos Venegas. Venegas venía, además, a confirmar la alternativa que tomó hace cuatro años en Alicante. Nada nuevo, por otra parte, ya que los “poderosos” están ejerciendo su poder en los despachos, precisamente para que sus nombres no se vean involucrados con ciertas ganaderías como la de hoy.
De los tres diestros no diremos nada más que lo bonito, porque ya es suficiente la apuesta de ver sus nombres anunciados con los vecinos de Trigueros como para otras mortificaciones. De Castaño hay que hablar en conjunto, siendo el conjunto su cuadrilla y de esta hoy especialmente de Marco Galán que ha dado en un solo capotazo mientras ponía en suerte al cuarto, Comandante, número 36, la más completa lección de toreo que verse pueda, tomando al toro por el pitón izquierdo, llevándolo imantado en el vuelo amplio y etéreo de su capote en un medido lance, largo como un día sin internet, y soltándolo en el lugar preciso con toda delicadeza y con toda firmeza sin un solo aspaviento, sin un movimiento superfluo o no necesario para el lance. Decía El Gallo que lo clásico es “lo arrematao, lo que no se pué jasé mejó”, pues hoy Marco Galán ha puesto en la arena blancuzca de Las Ventas un emocionante garabato de clasicismo que nos hizo prorrumpir en aplausos y nos levantó de los asientos: ¡un solo lance!
De Iván no hay nada que decir más que lo bien que estuvo Pedro Iturralde, que daba gusto verle montar, mandar al caballo, tirar de la rienda para que no cerrase la salida al toro, y todo esto midiendo el castigo.
Y de Venegas... ¡ay Venegas! Explicaremos un poco su segundo toro, para que se entienda la cosa. El animal atendía por Macetero, número 25, negro mulato. La cosa comienza en el tercio de varas cuando el picador Santiago Rosales se ve incapaz de hacer que el penco que monta obedezca sus órdenes de avanzar. La cosa era más bien achacable a la impericia del jinete, que no conseguía que el arre le obedeciese en el movimiento hacia el toro. Cuando después de una rechifla general el toro, al fin, se lanza hacia el caballo, lo toma por delante sin que la puya le detenga y entonces tarda nada y menos en poner en posición horizontal al jinete y a su cabalgadura que se llevan un formidable batacazo. Para la segunda vara se repite el despropósito de la inexistente monta, siendo patente cómo viene por el callejón Tito Sandoval a echar una mano asesorando a su compañero. Finalmente se arranca el toro y recibe unos cuantos pinchazos y desgarros, pero no se le pica en condiciones, y aún sin estar adecuadamente picado el toro, se cambia el tercio. El de banderillas es un descalzaperros en la brega y en las pasadas de los de plata. Cuando se cambia el tercio, Venegas armado de su valor y de sus pocos conocimientos se va al toro, crudo y venido arriba, y, sin probarlo, se pone al natural. El toro es muy agresivo, encastado y de gran viveza y literalmente se come la muleta del jienense, que corta los viajes del toro sin alargar el muletazo, con lo que se le deja muy encima, y que insiste en meterse en el viaje del toro, lo que no ha hecho nadie con la tenacidad de Venegas en lo que llevamos de Feria. Estas dos cosas las hace de una manera brusca, como son sus muletazos, pero con un aire inequívoco de honradez, de valor y de verdad. A la salida de una serie el toro le alcanza y se lo echa a los lomos zarandeándole. Una vez repuesto vuelve con los mismos argumentos: su tosquedad, su valor, su necesidad por meterse en el viaje del toro. Magnífica lección para los que hace unos días ensalzaron la birriosa y olvidada faena de Abellán. Venegas, como un capa de Ciudad Rodrigo, ha puesto el corazón en el puño a la Plaza de Las Ventas dejando, a despecho de sus carencias, lo que falta cada día: pasión, voluntad de triunfo, verdad. Venegas ha vuelto a escribir en Las Ventas esta tarde, con su tosca escritura y a despecho de sus carencias, la vieja e inmortal sentencia: El toreo es grandeza.