El sitio de Bergamín (don Fernando),
tomado por los chinos
Por ahí debe de estar Abeya
Por ahí debe de estar Florencio
El primer buey, Novedoso
El ojo avizor del Doctor Zaius y el gasolinero
Jabato y Jabato hijo
La elegancia del toreo fanegas de Tendero
El lío del trompicón
José Ramón Márquez
La suerte que tiene esto de saber leer es que al día siguiente te enteras por los diversos medios, tierra, mar y aire de la crítica taurina, de lo bien que estuvo ayer Luque. Más vale enterarse al día siguiente, que ya se sabe que las cosas con tiempo se digieren mejor, y bien que me alegro de lo bien que dicen que estuvo, no por el exquisito café -Blue Mountain jamaicano- al que me invitó su padre, sino por cerciorarme de que hay ojos avizores, avezados, que donde uno ve un chorro de vulgaridad, ellos ven lo sublime. Cuestión de educación, que juro que yo ando estudiando esas cosas de los toros que reponen, de los que son chatos de expresión, de los que embisten descolgados, en suma de todo ese neolenguaje que va imponiéndose y que tan ajustado es para cantar las gestas de estos toreritos del día presente.
Hoy lo que más llamó la atención fue la entrada tan pobre. Se conoce que los abonados no fueron capaces de convencer a nadie para que se quedase con sus entradas, qué se yo, el portero de la finca donde viven, el frutero que vende los espárragos peruanos, el camarero de la porra mañanera... yo mismo me presenté en la Plaza con mi entrada y otra que no hubo forma de que nadie la quisiese. Se ve que la afición y el interés por las corridas de toros va en aumento y algo de culpa de eso tendrá la magnífica campaña de publicidad que la impar Taurodelta S.A. ha hecho de la Feria con el precepto de la era anterior al márketing cifrado en el aserto de “el buen paño en el arca se vende” y sustanciado en que en todo Madrid no se vea un solo cartel de toros.
Los que nos congregamos hoy en Las Ventas íbamos con la idea de ver una corrida del hierro de Martín-Lorca, propiedad de don José Luis Martin Lorca, que, atendiendo al diagrama que entregan con el programa aúna en su ser los encastes de don Vicente José Vázquez y del Conde de Vistahermosa, y burla burlando, a través de Veragua, Parladé, Pedrajas, Tamarón, llegan a esa sublimación ganadera, bálsamo de fierabrás de la ganadería que es la juampedritis, que digo yo que para eso no hacía falta tanto cuadrante y tanta flecha.
Don José Luis, el hombre, entendemos que con la mejor intención, echó en Madrid una escalera de presentación, desde el gigantesco Novedoso, número 26, hasta el deforme Quinto, número 39, corrido en sexto lugar. Dada la endeblez general del ganado, su poco fuelle diríamos, hubo que sustituir al tercero por un cinqueño del Vellosino llamado Inclusero, número 4, ignorándose a esta hora si el nombre iba en recuerdo del gran Gregorio Tébar que a la postre propició el triunfo, digámoslo así, de Juan del Álamo.
Los toreros, además de Juan del Álamo, fueron Miguel Tendero, que sustituía a David Galván, y Ángel Teruel.
De Teruel, que tanto nos gustó en el Isidro 2013, apenas hemos visto algún retazo. Una manera de estar en la plaza, un torerísimo inicio de faena de sabor añejo a su primero, el mastodonte, un aire ligeramente distinto a lo de todos los días y, para los delectadores de capote, una espléndida media verónica a su segundo. Magra cosecha para un torero que el año pasado ha toreado tres tardes y que viene a Madrid sin apoderado. Posiblemente no esté sobrado de valor, pero tiene un algo que pica la curiosidad. Le queda otra y se le espera con agrado. No hay prisa.
Miguel Tendero vino el hombre tan ufano a devover la oreja que le regalaron hace seis días; por decir algo bueno de él, señalemos que es un digno representante de una escuela del toreo. Lo mismo que existe -o existieron, que nadie habla ya de ellas- la escuela rondeña, la sevillana, la castellana, digamos que Tendero es un digno representante de la escuela fanegas, caracterizada por su tosquedad, su nulo interés, su falta de personalidad y su estética deplorable. Digamos que el toreo fanegas, del pueblo y para el pueblo, demanda la talanquera, la bota de vino, la rodaja de chorizo y las misses en el palco, junto al Alcalde y al cabo de la Guardia Civil, Ertzaina o Mosso de Esquadra, dependiendo de la Autonomía. Al fanegas Madrid siempre le ha venido grande, pero a poco que pasen unos años seremos testigos de cómo se nos irán colando en esta Primera Plaza (de Pueblo) del Mundo los modos faneguiles. Por lo demás, Tendero emplea el mismo estilo de Julián López (Julien Lo Poisson, en francés) sin saber cómo aplicar las triquiñuelas con las que se da importancia el de San Blas. Nulo interés cuando está “bien” y ni te cuento, cuando está “mal”.
Y luego Juan del Álamo, que estuvo en el borde de la navaja, navaja de Ockham diríamos, según la cual “en igualdad de condiciones, la explicación más sencilla suele ser la correcta”, y en este caso la explicación más sencilla es que si no dio el paso adelante que necesitaba su faena al sobrero de El Vellosino para hacerse grande es porque no quiso. Para que se entienda, Juan del Álamo toreó como torea el José Tomás de ahora, se coloca en línea al toro, en ese filo de la navaja, y desde ahí lo mueve, si el toro es tan bobón como para ir y venir sin necesidad de que se le pueda ni haya necesidad de tener que someterle. En ese registro entusiasmó al público por el pitón derecho, que es el que el toro le regaló, y se vio imposibilitado en el izquierdo, que es en el que no había regalo y había que currar. Faenita a menos rematada de forma muy ramplona con un deprimente final de aires purísimamente julianescos abandonando el filo aquél del toreo en línea en el que el ir y venir del toro abonaba su triunfo, para caer en un final vulgarísimo de suerte descargada y pata atrás.
Lo más torero de la tarde, la ovación de gala, fue para Óscar Bernal cuando picó al sexto llamado Quinto. Demostrando lo bien que monta, lo bien que se andan los caballos de esta cuadra de Equigarce 2010 cuando el que está arriba sabe hacerlo, movió el caballo con gallardía, provocó bellamente la embestida del toro, que era algo remiso y, cuando éste se arrancó con gran violencia, le puso la vara arriba y aguantó la oleada de furia mansurrona que desplegó el tal Quinto, moviendo el penco con firmeza y sin cargar la mano en el castigo más de lo necesario. En la segunda entrada, Juan del Álamo tuvo la inteligencia de no dejar al toro tan largo como algunos le demandaban y Bernal volvió a ejecutar estupendamente la suerte, aunque el toro estaba ya más enterado de lo que había y a la primera de cambios demostró su poco interés por la bata del caballo y por el palo del picador.
Fernando Téllez, de la cuadrilla de Teruel, banderilleó elegantemente y con gran sobriedad al primero de la tarde.