A la luna de Valencia
4 de mayo de 2014
Ignacio Ruiz Quintano
Abc
Lamentábase aquí el sábado Ignacio Camacho de que “lo más parecido al debate intelectual que queda en este páramo de ideologías” sea la discusión del tiquitaca.
¡Del regeneracionismo del 98 al chauchau del tiquitaca!
No sé, no sé. El 98 lo único que trajo a España fueron barbas. A esos pesimistas españoles que hoy pegan voces en los medios para que sus oyentes los coreen como a los auténticos contadores de las verdades del barquero los trajo el 98, que, por cierto, despreciaba al fútbol.
Se pasaron el franquismo denunciando al fútbol como el opio del pueblo, frasecilla que extrajeron de Marx, quien a su vez la había extraído de Heine. Pero el franquismo sólo ofrecía un partido (de balde, eso sí) a la semana, mientras que el regeneracionismo ofrece hoy canales y canales con fútbol las 24 horas del día, 365 días al año, o 366 si es bisiesto.
Por lo demás, durante todo el siglo veinte (que culturalmente todavía no ha terminado) España debe más a sus entrenadores que a sus filósofos, aunque nuestros análisis de fútbol sigan siendo casi tan hueros como nuestros análisis de política.
El entrenador, siquiera porque está sometido a un “plebiscito cotidiano”, discute, mientras que el filósofo dicta.
Zubiri no discutió (“de suyo”) con nadie su “inteligencia sentiente”, mientras que Ortega, que amenazaba con ponerse de seudónimo “Misisipi” en atención al caudal de ideas que según él derrochaba en sus escritos, no dejó que nadie le discutiera su “circunstancia”, importada de “La Sagrada Familia”, de Marx y Engels, los Valdano y Cappa de su época.
Ortega un día decía “Delenda est Monarchia”, y al siguiente, “No es esto, no es esto”. Hoy le dedico mi libro a Maeztu y mañana le retiro la dedicatoria. Hoy el “logos” de España es Julio Camba y mañana el “logos” de la política es Mirabeau. Estos vaivenes no los ha pegado en nuestro fútbol ni David Vidal, que tenía el valor de presentarse al periodismo deportivo como “católico, apostólico y romano, ¿pasa algo?”
Y remataba con una media verónica aprendida en el seminario:
–Ad pedem littere!
“Ad pedem littere” debería ser la leyenda del escudo de la Real Federación Española de Fútbol, presidida, parece que vitaliciamente, por un filósofo de la vida a la española (“¡a mí que no me toquen el cocido!”) que al final ha resultado ser la verdad en números redondos. Otra cosa es discutir por discutir. ¿Y de qué vamos a discutir en España? Pues del tiquitaca, un invento del castizote Luis Aragonés vendido al mundo por un galgo con traje, dicho por Hughes, es decir, Guardiola.
Durante el zapaterismo Guardiola representó al Consenso, o sea, al Régimen, enemigo absoluto de la libre discusión, representada por un portugués pasado por Italia e Inglaterra que gritó (siendo el primero en hacerlo) que el rey iba desnudo, razón por la cual (¡oh, crispación!) se llevó más palos que Don Quijote en la venta.
Pero la serpiente ya había sido introducida en el paraíso guardiolés del Consenso. Y fue cosa de un entrenador, no de un filósofo.
SIMEONE
Conviene recordar que Floyd Joy Sinclair, Floyd Mayweather, Jr. para el mundo, insinuó por vez primera su decadencia el sábado en Las Vegas ante la piedra de Marcos René “El Chino” Maidana, paisano de Diego Pablo “El Cholo” Simeone, “medio histrión, medio chacal”, por decirlo con verso de Almafuerte, que ha hecho del cholismo más que un modo de amar (a unos colores): una máquina de odiar (a la derrota). Mediáticamente, esto, que en Mourinho era “fascismo”, en Simeone es “estajanovismo” (bendecido, si hace falta, por los dos sindicatos de Estado, Comisiones y Ugeté). Después de todo (en España todo es después de todo), no es lo mismo matar a Guardiola en su propio Disney que ahogar a Sabina en su propio ripio (“qué manera de palmar”), y hasta Cerezo, al hablar de la Copa de Europa, se expresa en “gíglico”, el lenguaje de los enamorados inventado para “Rayuela” por Cortázar: ¡Evohé! ¡Evohé