miércoles, 2 de abril de 2014

Españoleo


Los zacarías de Morata



Ignacio Ruiz Quintano
Abc

    En lo que los españoles que no pueden ser otra cosa se dedican a repasarle el lomo al cardenal Rouco por decir en una homilía lo mismo que el heliogábalo de Prieto en un consejo de ministros, un Manolo ha llegado a primer ministro de Francia, esa Monarquía de paisano.
    
He visto por la calle de Alcalá bandas de golfos que están quemando los conventos con latas de gasolina y estropajos, y digo que es una vergüenza que se paseen por Madrid haciendo daño. Hay que acabar con ellos en el acto –dice, al mes de la República, el ministro provisional de Hacienda, inspirando la famosa respuesta del presidente provisional, Azaña, que va de intelectual: “La vida de un republicano vale más que todos los conventos de Madrid”.
    
Cinco años después, ya ministro de Marina y Aire, llora Prieto en la solapa de los visitantes extranjeros: “Mucho, demasiado nos pesan los cadáveres de los doce obispos asesinados.”
    
España vuelve a oler a cuarto cerrado y María Soraya abre la mano en Barcelona:

    –No queremos que ningún español se sienta extranjero en su país.
    
Así que, para no sentirse extranjeros en España, todo el mundo a darle a un obispo, que encima es cardenal.

    Correr detrás de un obispo o gobernar veinticuatro horas (“¡Si a mí me dejaran gobernar nada más que veinticuatro horas!”) son las dos pulsiones del carácter español. Lo primero está al alcance de cualquier flor de estufa con perra social de leer a Gala. Para lo segundo, en cambio, hay que ser Manuel Valls, hijo de un gran pintor loco de Zurbarán, e irse a Francia, donde, antes que primer ministro, fue ministro del Interior (¡gobernar veinticuatro horas! ¡y con esos antidisturbios!)
    
Con Cao de Benós en Corea y Pablito Iglesias en Venezuela, yo de Tomás Gómez no me lo pensaba: al París de César Vallejo (“Y me alejo de todo, porque todo / se queda para hacer la coartada: / mi zapato, su ojal, también su lodo / y hasta el doblez del codo / de mi propia camisa abotonada”), y a mandar.