(Prólogo a dos novelas de Julio Camba)
Ignacio Ruiz Quintano
Cuando el periodismo que uno conoció siente que su final se acerca, manda a llamar a Julio Camba.
En los 80, decir Camba era apuntarse al club de los fachas (hasta ese punto no se le había leído), pues dicho está que aquí el fachismo fue siempre un casino cuyas listas administran los del casino de enfrente.
Ahora es otra cosa.
Julio Camba encarna hoy todo lo que se echa de menos en el papel: inteligencia (la más pura y elegante de España, al decir de Ortega) e independencia (la del cronista más agudo, divertido y sarcástico del periodismo, al decir de Luis Calvo).
Es el gran escritor que no lo sabe, a quien el oficio, tener que ganarse la vida escribiendo, le amarga la existencia.
Sólo escribe cuando se queda sin dinero.
Es un “caballero de la navaja”, como William James llama a los que blanden la navaja de Occam para satisfacer su pasión de concebir el universo con el mayor ahorro posible de trabajo.
Y por eso no se da a la novela, salvo en el caso de estas Dos novelas bastante cortas que, desde luego, no son lo que Marías entiende por novelas ni lo que Unamuno vendía por “nivolas”.
El destierro, publicada en 1907, es una extraordinaria crónica periodística de su aventura como anarquista gallego en Buenos Aires hasta que es expulsado del país por “extranjero peligroso”.
–Yo quiero irme a Barcelona –dice Camba.
Y la policía lo aloja en la proa del barco, confundido con los bueyes que van a comerse los pasajeros de las clases superiores.
Barcelona es la meca del anarquismo, pero Camba acaba en Madrid, donde todo es ya material para el incendio: crea un periódico libertario, El Rebelde, es procesado por delitos de imprenta y declara como encartado en el juicio del atentado de Mateo Morral contra el Rey.
Almudena Revilla Guijarro, que lo ha estudiado en las entrañas de las hemerotecas (Periodismo y literatura en la obra de Julio Camba), achaca a su individualismo feroz su paulatino alejamiento del movimiento anarquista hasta que el Parlamento le abre las puertas del humor, que será con lo que se gane (muy bien) la vida: en 1913, Torcuato Luca de Tena, el fundador de Abc, lo envía de corresponsal a Berlín; en los 30, Pedro Sainz Rodríguez, director de la editorial CIAP, le paga los artículos que la censura republicana no le publica; y Luis Calvo, el genial director de Abc, le proporciona en los 50 su segunda juventud.
El matrimonio de Restrepo, publicada en 1924, quiere ser un ajuste de cuentas con la moda de las novelas de psicologías como el que buscó Cervantes con la moda de las novelas de caballerías.
–Una vez en posesión del estilo adecuado, lo mismo que la psicología de una chica se puede hacer la de un paraguas.
Hay por allí un doctor Bermúdez que tiene toda la pinta de ser el doctor Marañón y un casi ahogado en Biarritz que tiene toda la pinta de ser Sebastián Miranda.
En resumidas cuentas, El matrimonio de Restrepo viene a ser como el ensayo de los prejuicios del autor acerca del matrimonio y el amor, una justificación teórica de su inabordable soltería, aquella Numancia del solitario del Palace.
–¿Qué quiso él a lo largo de su vida? –se pregunta Ruano, que lo frecuenta en el Palace y lo invita a paseos y cenas.
(¡Hasta la literatura propia y ajena le importaban un pimiento!)
A Ruano lo fascina que despierte cariño “una persona que sabemos que no nos quiere, que no quiere a nadie ni a nada”.
–A nada.