Abc
Esto no lo saben los valdanágoras, pero el secreto del fútbol, y sólo tiene uno, lo reveló en el 50 don Gregorio Corrochano (el mismo que dijo que en los toros como en la vida es modesto el que no puede ser otra cosa), como sabemos por Riera Bado, un revistoso taurino que lo contó en “El Ruedo”:
–El secreto del fútbol está en la competencia de las dos porterías –decía (Corrochano), mientras su mano sostenía con firmeza una copa de Valdespino–. Quite usted una portería y no queda nada.
En la eliminatoria copera el Atlético prescindió en los dos partidos de la portería del Madrid, y, eliminada la competencia, no hubo nada.
Ayer fue otra cosa: hubo dos porterías.
Empató (que es perder) el Atlético, porque ése es su sino (y porque Costa no es Cristiano ni Simeone tiene la flor de Carletto).
¡La portería, estúpido!
Bill Clinton le ganó a Bush padre unas elecciones imposibles con un “pósit” que James Carville, su asesor, que tiene la misma cara de cascabel pisado que Pepe, le colgó en la pizarra de campaña:
“¡La economía, estúpido!”
El Mono Burgos no es Carville, pero a alguien habrá tenido cerca Simeone para escribirle en su pizarra del partido “¡La portería, estúpido!”.
En este caso, la portería del Madrid, sobre la que la Asociación de la Prensa Global en Español ejerce una influencia que no se veía desde el referéndum de la Otan.
Los periodistas globales creen que la portería del Madrid es a Casillas lo que la Filmoteca Nacional a Chema Prado, un cargo de por vida. Pero los entrenadores placeados (Capello, Mourinho, Ancelotti) prefieren a Diego López, tan español, canterano y madridista como Casillas, pero para pobres.
Los castizos decían que, si un pobre come merluza, uno de los dos está malo.
La titularidad liguera ha sido para López lo que la merluza castiza para el pobre, sólo que este pobre (o este López) ha aguantado (Gabi le hizo ayer un Huntelar) contra todo pronóstico, circunstancia que en un país que detesta la meritocracia (acatarla, acarrearía la ruina del sistema) juega en contra del meritorio. Apartarlo constituiría una felonía, aunque, llegado el caso, siempre podremos decir: “…y se cumplieron las Escrituras”.
Derbi antiguo, con mayor mérito del Atlético, que tiene peor plantilla. Miedo de Ancelotti (manda huevos, con el "fútbol violento"), que tiró de laterales cortos y mantuvo, ay, a sus centrales, que son como las gemelas (“¡Vaya par de gemelas!”) de Lina Morgan.
Lo de Sergio Ramos es lo que Joaquín Vidal observó en José Tomás: le han dicho que es de otra galaxia, y se lo ha creído. Hizo un penalti flamencazo, propició el gol del empate y se comió todos los naturales (y manoletinas) de Diego Costa, que tuvo en el derbi el partido de su vida y (por falta de talento) lo dejó escapar. Cristiano hizo un gol de palomero y Bale nos transmitió su frustración de Pegaso atado al arado: sabe que, en este sistema, su única justificación es el gol, y va y viene por la raya blanca con la letanía (“meter, meter”) de Beavis, a quien tanto se parece.
Bien por el derbi (¡fútbol con dos porterías!) y mal por la Décima.
John Holmes
BALE & HOLMES
A la pregunta de Jaspers “¿Cómo puede un hombre tan vulgar como Hitler gobernar Alemania?”, Heidegger (con permiso de Cereceda) respondió: “La cultura no tiene importancia. Basta con mirar sus hermosas orejas.” Me acuerdo de esto cada vez que oigo que Bale (cuyas orejas no parecen muy hermosas) no sabe jugar al fútbol, deporte, por otro lado, donde el tamaño es lo único que importa. No sé cómo daría Bale de tertuliano, pero de futbolista da la misma impresión que daba John Holmes en el cine, o sea, de sobrado (en el mejor sentido de la expresión). Pero a nadie en el cine se le ocurrió jamás descalificar para el amor a John Holmes porque le faltaba el taxímetro que en el corazón llevaba Don Juan o la capacidad para el verso de Cyrano de Bergerac.