Hilos de araña
Hughes
Abc
Porque al cielo iremos los de siempre, decía Ruiz Quintano a propósito de Jorge Berlanga. Al cielo por Balmoral, para llegar más rápido. Pero en ocasiones al cielo no van los de siempre. También van los niños porque a veces mueren. A veces también cantan. Dos cosas que no deberían suceder. Hay gente que por principio no ve programas infantiles, que se resiste a la expresión «niño prodigio», que es un pleonasmo porque todos lo son. A los niños habría que preservarlos de la imagen (morir es quedarse imagen). Apetece pixelarlos, pero de verdad, llevarlos por la calle como a Andreíta. Despixelarlos antes de darles un beso de buenas noches y que recuperaran su rostro a los 18. Pero lo de «La Voz Kids» son los riesgos del diferido, de los que nunca se habla. Entre la grabación y la emisión se va una vida. En directo es aún peor, se pueden morir en plató. Como en «Sálvame», donde van muriendo tarde a tarde. En Corea del Sur se acaba de suicidar una concursante en un reality. Ya pueden ir al confesionario a cortarse las venas ante el súper y si no ocurre es porque aún pueden fumar en el jardín. La tecnología nos redefine el luto. Los muertos se quedan solos habitando los grupos de WhatsApp y cualquier día muere alguien en plena selfie, con la Parca poniendo morritos. Así que no se entiende el remilgo con el asunto. Hace bien la familia permitiendo la emisión. La tele no es tan mala e Iraila era consciente. Ella quería ser artista y formar parte del equipo de Malú. ¿Conocía, tan sabia ya, qué recuerdo estaba conquistando con ello? Diamonds in the sky serán siempre esos lagrimones suyos de angelito con voz de negra.