La cola de Hughes, anoche, en la calle de los Madrazo
Hughes
“Yo creía en Suárez… No, yo creo en Suárez”. Una señora de las de la cola kilométrica para entrar en la Capilla Ardiente, resumía en términos de fe la cuestión. En un artículo de hoy, un mismo párrafo juntaba las palabras “ungido” y “predestinación”. En la tele, un señor mayor rompía a llorar al hablar de Suárez y miraba a la cámara desconsolado. Ayer, dos niños redichos, totalmente suarezillanescos repetían en la radio: “Suárez juntó las dos Españas”, ¡Zipizapes del catón transicional! Otro señor, ya con pelitos en el Hemiciclo, soltaba lo siguiente: “Mientras él estuvo, dejamos de escupirnos los unos a los otros como hacemos ahora”. Hombre, ya prefiero yo lo de ahora… Toni Cantó hacía pucheritos frente al féretro, todos concentrándose como si quisieran inhalar la centrina. Cienes y cienes de personas procesionaban ante el cadáver y cursis de todo tamaño y grosor de frase nos valoraban los milimétricos matices del calado suarístico. La Santa Transición ya tiene su Santo, pero lo que interesa es que su obra, la Constitución, se respete. Y eso está menos claro.
Por otra parte, el Presidente Suárez mantenía un prestigio intacto por estar muchos años fuera de cualquier asunto político. Si hubiera seguido pronunciándose sobre el 11M, ETA, la Crisis, el Estatuto, etc., estaría sometido al mismo deterioro cainita de los demás.
Los funerales de Estado son una cosa peliaguda. La oficialización en el tratamiento de una muerte oficializa también su vida.
Yo siempre fui de Suárez. Pero ahora , con tanto centrista en las calles, para mí no tiene ya ningún sentido serlo. Yo era centrista vocacional, infantil, por voluntad de acuerdo, por incapacidad de tímido para la ruptura. Para mí, la vida era disenso y luego consenso. El disenso y el consenso, y venga disenso y venga consenso.
Hablan de Suárez como de un superhéroe conciliador. “Trajo la democracia”. Y cuanto más hablan de Suárez a mí más me interesa Torcuato Fernández Miranda. Lo que más me atrae de la Transición no son los esponsales con Carrillo, sino lo anterior: ¡Franco! Yo siento admiración profunda por la semillita de la transición, no por su flor, la flor está ya muy vista. El planteamiento, el diseño en la medida en que lo hubiera, la sutileza grande para que unas Cortes se desangraran de soberanía y a la vez recogieran en un cuenco esa sangre derramada, sagrada, para legimitar con ella otro régimen posterior.
Suárez para mí también es otra cosa excepcional, finísima, que comparte con algunos socialistas: la continuidad natural desde el Movimiento a la Socialdemocracia. Esa es la matriz política del español. Cierta santurronería paternalista y asistencial.
De manera asombrosa, en La Sexta, al referirse al cambio de nombre de una calle, decían hoy lo siguiente: “El último triunfo de Suárez contra Franco”.
A mí me asusta un poco la posible apelación futura a Suárez. La invocación torticera de su figura (“Hagámonos un Suárez”, dirán algunos echándole jeta constitucional). Una democracia normal no necesita superhérores carismáticos que convenzan a cualquiera con una sonrisa. Existen cauces parlamentarios, formales, reglados, para reducir a unidad decisoria la pluralidad. Esos fueron años inclusivos, no podían ser otra cosa. Pero yo sigo en lo mismo: De la Ley a la Ley. Yo me imagino un híbrido entre Fernández Miranda y Luis Aragonés (¡un perfecto viejo-dos-españas!) que repitiera constantemente: de la Ley a la Ley a la Ley, y volver a la Ley de la Ley a la Ley…
Por otra parte, el Presidente Suárez mantenía un prestigio intacto por estar muchos años fuera de cualquier asunto político. Si hubiera seguido pronunciándose sobre el 11M, ETA, la Crisis, el Estatuto, etc., estaría sometido al mismo deterioro cainita de los demás.
Los funerales de Estado son una cosa peliaguda. La oficialización en el tratamiento de una muerte oficializa también su vida.
Yo siempre fui de Suárez. Pero ahora , con tanto centrista en las calles, para mí no tiene ya ningún sentido serlo. Yo era centrista vocacional, infantil, por voluntad de acuerdo, por incapacidad de tímido para la ruptura. Para mí, la vida era disenso y luego consenso. El disenso y el consenso, y venga disenso y venga consenso.
Hablan de Suárez como de un superhéroe conciliador. “Trajo la democracia”. Y cuanto más hablan de Suárez a mí más me interesa Torcuato Fernández Miranda. Lo que más me atrae de la Transición no son los esponsales con Carrillo, sino lo anterior: ¡Franco! Yo siento admiración profunda por la semillita de la transición, no por su flor, la flor está ya muy vista. El planteamiento, el diseño en la medida en que lo hubiera, la sutileza grande para que unas Cortes se desangraran de soberanía y a la vez recogieran en un cuenco esa sangre derramada, sagrada, para legimitar con ella otro régimen posterior.
Suárez para mí también es otra cosa excepcional, finísima, que comparte con algunos socialistas: la continuidad natural desde el Movimiento a la Socialdemocracia. Esa es la matriz política del español. Cierta santurronería paternalista y asistencial.
De manera asombrosa, en La Sexta, al referirse al cambio de nombre de una calle, decían hoy lo siguiente: “El último triunfo de Suárez contra Franco”.
A mí me asusta un poco la posible apelación futura a Suárez. La invocación torticera de su figura (“Hagámonos un Suárez”, dirán algunos echándole jeta constitucional). Una democracia normal no necesita superhérores carismáticos que convenzan a cualquiera con una sonrisa. Existen cauces parlamentarios, formales, reglados, para reducir a unidad decisoria la pluralidad. Esos fueron años inclusivos, no podían ser otra cosa. Pero yo sigo en lo mismo: De la Ley a la Ley. Yo me imagino un híbrido entre Fernández Miranda y Luis Aragonés (¡un perfecto viejo-dos-españas!) que repitiera constantemente: de la Ley a la Ley a la Ley, y volver a la Ley de la Ley a la Ley…