Ignacio Ruiz Quintano
Abc
No quiero que en la grande polvareda (“ciclogénesis”, se dice ahora, que derriba, ay, obeliscos en Madrid) se nos pierda don Beltrane: la Justicia.
El éxito internacional de nuestro deporte ha puesto sordina al éxito internacional de nuestra Justicia: la Justicia Universal.
“Universal” impresiona, aunque así, sin más, no significa nada. También la tontería es universal y pocos la desean en casa.
Pero nuestra Justicia Universal se basa en protestas y glamour, como los Goya.
Un día los políticos caídos del cielo se metieron a cocinillas de la justicia, y los jueces, igualmente caídos del cielo, en justa correspondencia, se metieron a cocinillas de la política.
–Destilad, cielos, como rocío de lo alto, la justicia –clamó el profeta, previendo la Santa Transición.
Desde los tres jueces que empaquetaron para la degollación a don Rodrigo Calderón (Corral el Bueno, Contreras el Malo y Salcedo el Indiferente), no habíamos vuelto a dar al mundo jueces como los del Libro de los Jueces, o sea, jueces libertadores, capaces de reunir en una misma imagen la fama y la devoción.
Mis amigos americanos no me preguntan por Rajoy, de quien nunca han oído hablar, ni por Bardem, de quien tampoco oyeron hablar jamás. Pero me preguntan por Garzón, que tan malos ratos hizo pasar a Pinochet. Y por Pedraz, que tan malos ratos intentó hacerle pasar a Bush. Y por Moreno, que tan malos ratos podría hacerle pasar a Jiang Zemin. Y por Castro, que, contra la opinión de fiscales e inspectores, tan larguísimos ratos nos está haciendo pasar con la Infanta, de cuyo caso Quevedo (don Francisco, naturalmente: aquí no se estila otra cosa) también podría decir que tienen más culpa los malos que lo males.
La Generación Mejor Preparada de la Historia asiste, sin saberlo, a la jibarización del Siglo de Oro. Y lo que el santo Javier no consiguió con el Evangelio, lo consigue el juez Moreno con una orden de arresto: la conquista (espiritual) de la China.