En esta obra Gil de Siloé representa a María entronizada. Va vestida con un hábito con ceñidor de estilo morisco y escote fruncido rematado con un rico adorno de pedrería que aparece en algunas obras de Siloé. Se cubre con un manto rematado asimismo con un orillo de pedrería. Sobre su rodilla derecha descansa el Niño, al que sujeta por la pierna con su mano diestra, en la que sostenía también una flor que ha desaparecido en la escultura del Prado pero no en la de Miraflores. María tiene sobre su rodilla izquierda el libro de las Escrituras abierto y sujeta una de sus páginas con la mano. En él están escritas las profecías sobre la redención, que se inician tras el anuncio del ángel. Siloé muestra en esta obra a María como nueva Eva, que participa en la salvación de los hombres tras el pecado original cometido por los primeros padres, tema que se recoge aquí en la expulsión de Adán y Eva del Paraíso representado en los dos frentes de los brazos del trono. Los rayos solares, dispuestos en el respaldo del trono formando una aureola de gloria detrás de María, contribuirán a definir el tipo iconográfico de la Inmaculada. Faltan, en cambio, otros atributos como la corona de estrellas, sustituida aquí por la corona que la identifica como Reina de los Cielos. En la parte inferior, Siloé ha dispuesto dos ángeles que surgen de unas nubes y que sostienen un escudo con la cruz y la corona de espinas, dos de las Arma Christi, que aluden una vez más a la Pasión, a la misión redentora de Cristo.