Hughes
Abc
La película de Scorsese es extraordinaria. Para empezar, su habitual ritmo de rise and fall, que con el tiempo empieza a verse como el ritmo de una cogorza o un subidón con su bajada. Esa sensación de saldo, de montaña rusa que tiene lo tóxico (que comparte la ebriedad con la biografia del boxeador, que el boxeo tiene esa verdad de decaer). El consumo de tóxicos convierte la vida en una factura. Desde ese punto de vista, la droga es capitalismo puro. Luego, escenas de celebración de la ebriedad corporativa, que es lo que mueve el mundo, y que actualizan las fiestas empresariales de El Apartamento. La empresa encierra el instinto humano. El león, el rugido, en su forma más intensa el dinero conecta con las regiones cerebrales del sexo. Es un canto a favor de los aspectos más carnívoros del capitalismo. El capitalismo, su libertad, mantiene vivo un componente dionisiaco.
Punto más alto de la vis cómica de Di Caprio, fabuloso, más divertido que nunca. Di Caprio se ha convertido en el actor capaz de encarnar al héroe americano, que es una cosa que aquí no tenemos. Aquí no hay héroe español. Bueno, sí, El Cid. O Nadal ahora. Con sus manos heridas de santo o de ecce homo. Di Caprio es tan grande que acabará teniendo su adjetivo.
Pero Scorsese cada vez está más claro que nos habla de la droga. La droga, la coca sobre todo, es su Beatriz. Habla como quien la adora, quien piensa mucho en ella, pero se la tiene restringida. No del todo, me parece. “La vida sobrio es horrible. Me aburro tanto que me mataría”. En realidad, habla de ella con auténtico deseo. Con frustrado anhelo. La droga es para Scorsese lo que las rubias para Hitchcock.
El primer polvo y el último entre Di Caprio y la rubia son el mismo. Realidad del sexo para el hombre. Tensión, introducción, obertura. Y hay una coreografía de pies, un erotismo que parece un anuncio de Peusec. Pinreles álgidos, pinreles vencidos.
Punto más alto de la vis cómica de Di Caprio, fabuloso, más divertido que nunca. Di Caprio se ha convertido en el actor capaz de encarnar al héroe americano, que es una cosa que aquí no tenemos. Aquí no hay héroe español. Bueno, sí, El Cid. O Nadal ahora. Con sus manos heridas de santo o de ecce homo. Di Caprio es tan grande que acabará teniendo su adjetivo.
Pero Scorsese cada vez está más claro que nos habla de la droga. La droga, la coca sobre todo, es su Beatriz. Habla como quien la adora, quien piensa mucho en ella, pero se la tiene restringida. No del todo, me parece. “La vida sobrio es horrible. Me aburro tanto que me mataría”. En realidad, habla de ella con auténtico deseo. Con frustrado anhelo. La droga es para Scorsese lo que las rubias para Hitchcock.
El primer polvo y el último entre Di Caprio y la rubia son el mismo. Realidad del sexo para el hombre. Tensión, introducción, obertura. Y hay una coreografía de pies, un erotismo que parece un anuncio de Peusec. Pinreles álgidos, pinreles vencidos.