Ignacio Ruiz Quintano
Abc
En la cuesta de enero, al mal fútbol del Madrid se une, en ese juego judicial del sí y el no, la imputación (¿en auto o en tuit?) de la Infanta, con lo cual los tertulianos ya tienen pie para anunciar el advenimiento de la Tercera República (¡la magia del 14, que dice Juanito Cruz, cuando ve en “maestro republicano” al señor marqués de Del Bosque!), que sería, en lenguaje celiano, una República de “telepollas”.
La repetición, en fin, y esta vez como farsa, del “Haciendo de República” de Camba, pero reducida a los cien españoles de esa lista de influyentes que antes de llegar a la docena ya estás pensando lo que Muñoz Seca ante los simpáticos republicanotes que le escrachearon en Paracuellos por leer el ABC:
–Todo me lo podréis quitar, menos el miedo.
Miedo… y pereza.
La pereza de estar viendo con nombres y apellidos a la pareja de influyentes que se personaría en Gobernación del bracete, a lo Azaña y Miguelito Maura, para hacerse cargo del Gobierno provisional de un régimen al que uno siempre le encontró tres pegas: la primera, funcional, que con los monárquicos se puede ser republicano, pero los republicanos no te permiten ser monárquico; la segunda, psicológica, el sentido reverencial que expone Richard Harris en el tren de “Sin perdón”, camino de Big Whisky; y la tercera, estética, que el escudo del Madrid, ya eliminada la cruz, perdería la corona (y el Real) para quedar en una señal de tráfico diseñada por Alberto Corazón, y la salida al campo del Mejor Club del Siglo Veinte parecería la calzoncillada que los vecinos de Caspe han tenido a bien recrear para Televisión Española, que busca “el pueblo más divertido de España”, como mandaban los krausistas de la Institución.
Un porrón (Master del Porrón de Caspe, grabado por TVE), unos calzoncillos (pueden incluir el “Endowment pad” de Di María) y un español.
Y luego decía Ortega que “di-vertirse” es apartarse provisionalmente de lo que solíamos hacer.