Doña Mar fue la llamada, y doña Rosa, la elegida
Francisco Javier Gómez Izquierdo
Tiene doña Susana Díaz a todo Cristo encandilado con esas palabras hueras tan del gusto en el país.
Habla doña Susana y, como dijera el poeta, sigue hablando, no acaba de hablar y no empieza a decir, pero a los suyos alboroza y los alejados de su secta se paran a escuchar una perorata de buenos propósitos, ignorando los antecedentes de la nueva poderosa dama del virreinato andaluz.
Se pone digna la Presidenta cuando se le mienta la corrupción y suelta palabros tales como “implacable” y “tolerancia cero” que suenan a latigazos justicieros entre un pueblo sin memoria que no quiere recordar el veneno escupido por doña Susana hace poco más de un año cuando era vicepresidenta y consejera de Igualdad contra la juez Alaya, “instrumento del PP” y la Guardia Civil a la que acusó de montar “una causa general contra la Junta de Andalucía y su Gobierno, con un procedimientos inquisitorial, con valoraciones impropias y carentes de medios probatorios...” En los meses siguientes se mezclaba a la Benemérita con los fascistas de Franco desde los balcones del palacio de San Telmo y se indignaba doña Susana con un mirar ofendido y un apretar de morros homicida. En este noviembre de gloria personal evita toda referencia a sus compañeros de gobierno y al pasteleo sindical del régimen al que pertenece desde “chiquitita”, y prefiere repartir brochazos de biografía catequista y trianera en busca de un porvenir al que ya ponen música los campanarios periodísticos.
Doña Susana, a la que los de su facción llaman la “comehombres” por la cantidad de cadáveres políticos que ha ido dejando en el camino de su vertiginoso ascenso, se ha parado como los cocodrilos de las orillas del Nilo a digerir el atracón de poder que le ha sobrevenido por arte de birlibirloque, y con el insospechado as de la españolidad ante los españoles espera la dentellada definitiva. La que le haga reina entre la gente de progreso.
Doña Susana, que junto a doña Mar Moreno luchó encarnizadamente contra cualquier posibilidad de ilustración de la juventud andaluza, va buscando muchedumbres de aprobado con cinco en la ESO y de menesterosos subsidiados que entiendan el valor de sus simplezas. Es muy posible que le acompañen los éxitos, pero cuando lleguen los tiempos de prescindir del vestido de colorines y aparezca la desnudez intelectual y la vergonzosa incompetencia, no digan que no avisamos a tiempo.